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Y fue llevado al cielo

Jesús llevó a sus discípulos fuera de la ciudad, hasta Betania, se despidió de ellos, prometiéndoles el Espíritu Santo, y fue llevado por su Padre al cielo.



Jesús subió con nuestra humanidad a la derecha del Padre, sabemos eso porque el bautismo nos ha incorporado a Él para siempre. Por lo tanto nosotros tenemos también el cielo como nuestra morada. El Evangelio de hoy nos dice: "Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos después de adorarle, volvieron muy contentos a Jerusalén". (Lc. 24, 51-52)


La solemnidad de la Ascensión nos hace vivir uno de los muchos aspectos paradójicos de la vida cristiana, que la hacen tan adecuada a las exigencias más profundas del corazón humano. Un corazón desgarrado entre su estar en la tierra y, al mismo tiempo, tener su casa ya en los cielos.

Jesús en la última cena predijo a sus discípulos que este acontecimiento produciría tristeza en ellos. Aquí Lucas describe a los apóstoles "llenos de alegría", esa paradoja es hablar de dos tipos de alegría. Jesús había dicho también; "sabed que yo estoy con vosotros todos los días", pero nosotros también podemos decir que estamos con Jesús a la derecha del Padre.

Es la paradoja del "estar" y el "no estar", y la fe vivida con certeza y confianza, porque se ha cumplido en Jesús la voluntad del Padre, esa fe nos sostiene en este enfoque paradójico de la "presencia de Jesús". Lucas también nos dice que Jesús les abrió la mente para que pudieran comprender las Escrituras: "Está escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y que en su nombre, y comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que Él les perdona sus pecados". (Lc. 24, 46-48)

Esa es nuestra misión en este "estar y "no estar" de Jesús; anunciarle con una fe viva, compartir nuestro testimonio de fe con otros, vivir juntos el proceso de conocerle y amarle, celebrar en comunidad todos estos misterios, contemplando la grandeza del plan de Dios para toda la humanidad, que se ha manifestado en la resurrección y ascensión de su Hijo. Las exigencias más profundas de nuestro corazón humano, son precisamente; creer, compartir, vivir, y todo en profundidad. La liturgia nos ayuda a dejarnos atraer cada día más por Jesús, hacia el Padre. Él ascendió al cielo, pero también se quedó con nosotros en la Eucaristía. En su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, su presencia es una realidad permanente, que se va renovando en el transcurrir del tiempo, nosotros pasamos por ella, con esa esperanza de Vida Eterna, esa vida que con Él, en la Iglesia debemos continuar llevando.

Acabamos de vivir dos acontecimientos eclesiales tan importantes en este tiempo Pascual, que concluye con la celebración de Pentecostés. Con una mirada retrospectiva y un corazón agradecido, hagamos presente en este hoy de la Ascensión de Jesús al cielo, estos hechos, que son experiencias fundantes en la historia de la Iglesia.


Una pascua en la Pascua.


Al día siguiente de la celebración más importante del año litúrgico, Dios se llevó al cielo a ese padre de todos, que tenía la gran responsabilidad de guiar a nuestra Iglesia en este tiempo tan convulso. Este hecho, aunque sabíamos que debía ser así, llenó de tristeza nuestros corazones.

La tecnología nos permitió ver la reacción que provocó en toda la humanidad la muerte del Papa Francisco. Él decía que la muerte no es el final de todo, sino el inicio de algo, es el paso a la verdadera vida que se ha esperado cada día en la tierra con un corazón confiado y entregado a la voluntad del Padre. Él se marchó conservando sus manos hasta el final en el timón de la barca. Recordemos que unas pocas horas antes saludó a los 35.000 fieles que se encontraban celebrando la Misa del Domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro. El Papa Francisco celebró "su pascua" en "la gran Pascua" de la Iglesia del año 2025. Su paso a la eternidad dio inicio a una nueva etapa histórica de nuestra vida de creyentes cristianos.

Diecisiete días después la fumara blanca de la capilla Sixtina nos anunciaba la elección de un nuevo sucesor de Pedro, el Papa León XIV, cuyo pontificado echó a andar con paso firme y sin demora. Fue uno de esos días que marcan la historia de la Iglesia, y pudimos ver que en todo el mundo, creyentes y no creyentes estaban frente a la pantalla, esperando conocer al nuevo Sumo Pontífice. Era la hora del Espíritu Santo, que nos presentaba a un religioso de la Orden de San Agustín, como nuestro pastor, pero él en su sencillez, se acerca a nosotros, "como un hermano que quiere hacerse siervo de nuestra fe y alegría, avanzando con nosotros por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia". (Homilía del Papa León XIV)



Y esta gran familia, centrada en Jesucristo, hombres y mujeres creyentes, llamados a ser referentes como hermanos, para hacer posible la comunión, unión entre todos y embajadores de la paz, subimos con nuestro corazón hoy al cielo, a la derecha del Padre. "Si habéis sido resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba". (San Agustín)

La Ascensión es el gran descenso, donde Jesús se queda con nosotros, resucitado y entregando su Espíritu vivificador cada día. En ese descenso de Cristo, subimos al Padre, y en Él podemos comunicarnos por medio del lenguaje del amor, ese que todos pueden entender. Y en la paradoja de "estar" y "no estar" vivir la certeza que nos ha dejado este tiempo Pascual, como Iglesia que camina unida.

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