MUERTE, DE LA TRAGEDIA A LA POSIBILIDAD
- Briggite Avila
- hace 3 días
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¿Si la muerte parece una pérdida, cómo puedo encontrar en ella oportunidades?
El origen de la muerte es una discusión sin fin, lo cierto es que su carácter es de universalidad, pero la fe le da sentido a este carácter comprendiendo que la muerte es necesariamente “una potencia del existir humano” (Rahner, 1965). En esta solemnidad de los fieles difuntos queremos proponerte una reflexión que pueda ayudarte a conciliar una mejor postura frente a la realidad de la muerte.
Aunque el origen de la muerte es un asunto complejo, vale la pena acercarnos a algunos conceptos sobre ella desde varias perspectivas religiosas, para valorar la posición cristiana al respecto, que nos ayuda a encontrarle sentido.
A nivel general: La muerte es la conclusión de la existencia terrena e histórica del hombre, símbolo de la finitud humana, sufrida de forma impotente y pasiva: no está en manos del hombre poder evitarla. Con ella terminan los procesos biológicos fundamentales, pero también las relaciones sociales del hombre. La muerte es, por tanto, un acontecimiento que afecta a todo el ser del hombre. (Stancati, 1995).
Desde la perspectiva religiosa Xavier Pikaza plantea lo siguiente:
Las religiones de la naturaleza no dan importancia a la muerte, pues la ven como un momento del proceso cósmico, (es decir perteneciente al mundo, universo, creación) en el que todo nace y muere; los individuos como tales son una realidad pasajera, los pobres y excluidos constituyen solo un elemento del sistema en el que unos nacen altos y otros bajos, unos sanos y otros enfermos, para belleza del conjunto.
Las religiones de la interioridad (por ejemplo el hinduismo y budismo) tampoco conocen en sentido estricto la tragedia de la muerte, pues ella pertenece sólo al cuerpo, el alma no muere; las mismas divisiones sociales son en este mundo secundarias, pues lo que importa es el alma y ella puede ser, y es, igualmente divina en todos los hombres. Desigualdades sociales y muerte no son más que apariencia exterior de un sistema donde sólo importan las almas.
Los judíos han dado una importancia especial a la muerte, pues la han visto como posible ruptura del diálogo con Dios, llegando a interpretarla a veces como un «castigo»: los hombres deberían superar la muerte y culminar la vida en Dios, pero por su propio pecado han caído en manos de ella y la han visto de un modo personal y social, como efecto de injusticia.
Los cristianos no tienen una revelación especial sobre la muerte. Ellos saben, como los judíos, que el hombre es mortal, pero que puede abrirse, por misericordia de Dios, a una vida que está por encima de la muerte. El hombre no es simple tierra, animada por un breve tiempo, que vuelve al polvo inicial, para reiniciar el ciclo eterno del destino cósmico; tampoco es alma que se libera de la tierra, para volver de esa forma a lo divino, sino persona que se hace a sí misma, asumiendo la suerte de su pueblo (y de la humanidad), en camino de esperanza.
En el ámbito religioso es donde más se hacen reflexiones acerca del significado de la muerte, en un intento de responder a las normales inquietudes del hombre al confrontarse con dicha realidad. Cabe tener en cuenta que hay dos sentimientos que se generan frente a la muerte: por un lado, el temor respecto a la propia muerte y por otro lado el dolor respecto a la muerte de otro, y especialmente cuando se trata de alguien cercano.
Las religiones han especulado el origen de la muerte basado en el relato de la caída que aparece en Génesis 3,19: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella te sacaron; porque eres polvo y al polvo volverás”. Previamente al suceso, en Génesis 2,17 hay una advertencia: “Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque el día en que comas de él, quedarás sujeto a la muerte”.
Antes que nada, podemos evidenciar en estas concepciones sobre la muerte el valor que se le da al hombre e incluso a la vida misma, por ejemplo, las religiones de la naturaleza consideran al hombre dentro de la misma como pasajero, en este sentido no tiene un valor superior respecto a otros seres vivos como los animales y las plantas, el hombre es una especie más del planeta.
Las religiones de la interioridad si bien reconocen al alma como trascendente, desvalorizan un poco la corporeidad y con ella la dignidad de la vida humana y, en consecuencia, las garantías que todo ser humano debe tener como calidad de vida, sin interés por mejorar la exclusión social y todo lo que deriva de ella.
En los judíos prevalece la figura de castigo para definir la muerte como consecuencia del pecado.
El cristianismo reconoce una vida por encima de la muerte, en la que es posible la redención gracias a la misericordia y en todo caso una posibilidad que está por encima de la culminación terrenal.

¿Qué hace diferente en los cristianos la perspectiva de la muerte hacia una esperanza?
La muerte de Jesús, a partir de este suceso surge la esperanza. La muerte trágica de Jesús abrió posibilidades para la humanidad entera.
La muerte de Jesús hace parte de su encarnación, mediante ella Él “sufrió la muerte penetrando en el dolor y fracaso de la humanidad” (Pikaza y Aya, 2009), de esta manera Dios ha revelado su presencia sufriendo con los que sufren, la entrega de la vida por Jesús es incondicional para todos, su vida es ofrecida como regalo a los demás, en su muerte los hombres han recibido la posibilidad de vivir.
Jesús no fue librado de la muerte trágica, pero recibió la plenitud de la vida en Dios, al dolor de su pasión y muerte le siguió y le superó la gloria dada por Dios, más grandioso aún es, que la plenitud de la vida que recibió Jesús, es “en favor de los demás” (Pikaza y Aya, 2009), aquí radica la visión de esperanza de los cristianos frente a la muerte.
La muerte de Jesús es origen de vida para todos, no solo para sus seguidores, esta comprensión nos da pie para dos elementos importantes:
El primero de ellos es una concepción más abierta sobre la muerte que trasciende el término de la materia biológica. Para Rahner la muerte es: “Realización del fin al que el hombre aspira positivamente, (es decir su propósito de vida). Pero la muerte no es sólo manifestación del pecado. La muerte es también manifestación de nuestro con morir con Cristo, la culminación de la apropiación, por parte nuestra, de su muerte redentora”.
“Lo propio de la muerte de Cristo radica en que la muerte que es manifestación del pecado, en Él fue aparición de la gracia. El vacío del hombre se hizo plenitud de Dios. La muerte se hizo vida. La condenación visible se hizo visible comienzo del Reino de Dios… Lo que de suyo solo podía ser aparición del pecado, en Cristo fue comprendido en la acción de su propia gracia y convertido así en algo totalmente otro de lo que parecía ser”.
La muerte natural es innata desde siempre en todos los hombres, con lo cual se comprende que la inmortalidad sugerida en Génesis, se refiere a que el hombre paradisíaco tenía la posibilidad de llegar al término y consumación de la vida desde la existencia terrenal, “una muerte sin muerte” (Rahner), por la condición pecadora consecuencia del primer hombre se perdió ese carácter generando una ruptura de la íntima comunión con Dios.
A partir de la caída de Adán, es decir del primer hombre, se pierde la gracia, que se traduce en posibilidad de consumación, realizar plenamente en la existencia terrenal, el fin aspirado. Rahner explica que incluso antes de finalizar el ciclo biológico, el hombre paradisíaco podía decidir libremente dicha consumación.
Es posible que el miedo a enfrentar la muerte tenga su raíz justamente en la no realización del propósito de vida, esta imposibilidad de consumación, en el fondo es miedo al fracaso existencial, a la llegada del culmen con las manos vacías, en palabras más coloquiales.
La amenaza existencial consiste en no poder revertir el rumbo del tiempo o quizá del momento para realizar el propósito de la vida.
En este panorama, la muerte es una tragedia existencial, sin quitar de lado el miedo que también genera el dolor físico según sea el caso.
Frente a la tragedia existencial: ¿Dónde encontrar oportunidades?
Antes de aproximarnos a una respuesta que es el segundo elemento que nos aporta la muerte de Jesús como fuente de vida, reflexionemos sobre la muerte del prójimo, es decir del más próximo o cercano a nosotros, (familia, pareja, amigos, etc), genera dolor obviamente, aquí la figura trágica apunta a la aparente ruptura del contacto, socialización, cercanía y realización de anhelos junto a esas personas, la posibilidad de seguir juntos el camino, de comunicarnos recíprocamente, abrazarnos, sentirnos. No solo con los más cercanos, también sucede con personas que son referentes por su liderazgo comunitario, social, político, etc. Es realmente una tragedia detener los sueños y el futuro y más cuando la causa es violenta. En cualquier caso, la muerte del prójimo ciertamente nos confronta en nuestra realización plena de la relación con ese alguien, tal vez por lo que creemos nos falta vivir juntos, por un perdón que nos debemos, una promesa, etc.
Nos encontramos en el mismo caso de consumar el propósito de la fraternidad con ese prójimo y de la misma manera, a veces está el temor ajeno de que esa persona si alcance la realización de su propósito de vida.
Conscientes del verdadero fondo trágico que representa para nosotros como humanos la muerte: ¿es posible transformarlo en posibilidades?
En este segundo elemento recordamos que Jesús transformó la tragedia de la muerte en la posibilidad de una vida que no acaba y en él todos los hombres en el momento definitivo por la gracia son redimidos y el amor pleno consuma en ellos su fin, dando así sentido a nuestra muerte.
Si retomamos el ámbito religioso, la muerte de Jesús es oportunidad de diálogo puesto que:
Los judíos han sabido y saben de muertes, de manera que la Cruz de Jesús puede y debe integrarse en el misterio de los millones de judíos martirizados. También el islam sabe de cruces y opresiones. Pues bien, para iluminar un camino compartido, podemos ofrecer la experiencia cristiana de la Cruz, como espacio de encuentro religioso. (Pikaza y Aya, 2009).
Decíamos anteriormente que Jesús por la muerte entró en el fracaso y el sufrimiento humano, lo cual le da autoridad para asumir y comprender el sufrimiento de toda persona sin excepción, significa hoy para nosotros, que en él encontramos misericordia y comprensión de nuestra propia tragedia existencial e incapacidad de realizarnos plenamente y a él podemos confiar esta consumación, así mismo podemos confiarle la de nuestros seres queridos. Su amor redentor transforma nuestra tragedia en posibilidad, en él ningún ser humano está condenado al fracaso existencial. San Pablo lo afirma: “No quiero que sigan en la ignorancia acerca de los difuntos, para que no estén tristes como los demás que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él. (1 Tes 4, 13-14). Esta es la certeza de que quienes se nos adelantaron, viven plenamente en Dios mediante Cristo Resucitado.
¿Qué nos corresponde a nosotros?
Dar el paso de la actitud trágica a la gratitud, abriendo posibilidades, cambiando la perspectiva de nuestra propia muerte en la oportunidad de ser mejores amantes, es decir que nuestra vida se convierta en regalo para los otros, desde el perdón, la generosidad, fraternidad, servicio, etc. Respecto a la muerte de los demás, una memoria agradecida por lo que nos enseñaron, una oración constante por ellos y si tenemos la posibilidad hacer o continuar un proyecto deseado en favor de los demás, o al menos contribuir desde nuestras posibilidades.
También reconocer y aceptar sin egoísmo que todos tenemos un tiempo y un ciclo, y que es necesario que concluya para dar lugar a otros que inician y continúan el suyo. Más allá de este ciclo, está por encima la vida en Dios y con Dios que nos realiza plenamente, de esto fueron conscientes los santos, ayer los celebramos porque ellos, los bienaventurados desearon ardientemente la consumación del amor de Cristo en sus vidas y desde aquí prepararon ese culmen, para muchos de ellos la muerte fue su anhelo y horizonte, no vivieron mirando la tragedia sino la mayor de las posibilidades. Santa Teresa lo expresa en varias de sus poesías:
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo te resta,
para ganarte, perderte;
venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
San Juan de la Cruz expresa también esa esperanza cierta de quienes anhelan el encuentro con el Amado:
¡Oh, Señor Dios mío!,
¿quién te buscará con amor
puro y sencillo
que te deje de hallar
muy a su gusto y voluntad,
pues que tú te muestras primero
y sales al encuentro a los que te desean.
Sea esta solemnidad para todos nosotros la oportunidad de decidirnos a mirar la posibilidad de vida por encima de la tragedia, y a trabajar por la unión definitiva de nuestro ser con el Amado. Miremos hoy a nuestros queridos difuntos con gratitud y en la certeza de que ellos son para su Amado y su Amado para ellos como dice Santa Teresa en una de sus poesías, acompañemos sus bodas eternas con nuestras oraciones.
Referencias
Pacomio. L [Et al]. (1995). Diccionario Teológico Enciclopédico. Ed. Verbo Divino.
Pikaza. X y Aya. A. (2009). Diccionario de las Tres Religiones. Ed. Verbo Divino.
Rahner. K. (1965). Sentido Teológico de la Muerte. Ed. Herder.
Schökel. L. (2014). Biblia del Peregrino América Latina. Ed. Mensajero.



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