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TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD

Junto a todos los santos de nuestra Iglesia, aspiremos también nosotros a la santidad. Como nos dice el Papa Francisco: Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, estamos llamados a la santidad.

Desde siempre Dios busca la santidad de sus criaturas, ya nos dice el Génesis, «Camina en mi presencia y se perfecto» (Gn 17,1). Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).

En el Bautismo, el Espíritu Santo nos induce a responder a la llamada de Cristo a la santidad. En el Bautismo, se nos pide que caminemos bajo la luz de Cristo y que confiemos en su sabiduría. Somos invitados a someter nuestros corazones a Cristo con un amor cada vez más profundo.


¿Un santo de estampita?


Estamos muy acostumbrados a los santos que están en los altares de la Iglesia, que han vivido de forma heroica el evangelio y han gastado hasta la última gota de sangre por Dios, configurándose con Cristo en la Cruz y el dolor, pero el papa Francisco nos regaló la exhortación apostólica “GAUDETE ET EXSULTATE”, donde acuña la frase: “Los santos de la puerta de al lado”, y nos brinda ejemplos concretos de santidad.

  • Los padres que crían con tanto amor a sus hijos.

  • Esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa.

  • Los enfermos.

  • Las religiosas ancianas que siguen sonriendo.”… (cap. 1.7).

Son santos de la clase media, tantos santos y santas que han pasado su vida haciendo el bien, siendo el reflejo de Dios en sus acciones, con aciertos y errores, con luz y oscuridad. Son santos que tienen una historia concreta y los libros no la relatan, santos que pertenecen a nuestra historia personal.


Los invito en este momento, poder cerrar los ojos y reconocer a aquellos santos que han marcado de una y otra forma nuestras vidas, que nos han permitido ver el rostro de Dios y su actuar en nuestras vidas. Los santos que ahora ya están en los brazos de Dios y que aun desde ese lugar nos cuidan e interceden por nuestras necesidades, como aquella abuelita que dejaba sin trabajo al ángel de la guarda por cuidar a su nieto o aquel padre que oculta su cansancio del día laboral para jugar con sus hijos.


Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,45)


Desde el principio, “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones.” (Jr 1.5), desde nuestra concepción Dios nos consagró para ser profetas, para vivir la santidad, pero nuestro camino se ve truncado por tantas oscuridades, más aun en la actualidad bajo la bandera de “libertad”, nuestro llamado a la "santidad "se trunca, porque el slogan de “vivir la vida” según el concepto del mundo es llamativo y tiene su propia lógica, la santidad no está de moda, incluso podemos verlo en nuestras propias parroquias, donde vamos a golpearnos el pecho delante de todos y salimos a recortar y denigrar al hermano que piensa distinto, e incluso nos atrevemos a ponernos de jueces ante ellos, sólo porque pecamos de manera distinta a ellos.

El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre»[1].

Cada uno por su camino”, el camino a la santidad, es un camino siempre virgen, y lo descubre cada uno con Dios, podemos caer muchas veces como católicos en busca de la santidad en querer imitar a muchos santos y santas proclamados por la Iglesia sin siquiera tomar en cuenta que la santidad se teje en la intimidad del alma, en la relación con Dios, y es Dios mismo el que muestra y lleva por el camino. No podemos coartar la imaginación de Dios queriendo encasillarnos en algún modelo de santidad que nos parecerán incansables, ya Santa Teresita de Lisieux se topaba con esta frustración, ella escribía: “Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar.” [2]

Qué difícil ver la altura de tantos santos, que con el paso del tiempo se entrelazan con piedad popular y se muestran tan altos que ya la brecha entre ellos y nosotros es infinita, Teresita continua “Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad.” Deseemos grandeza en nuestra vida, busquemos y deseemos nuestra santidad.

Santidad nacida del amor


Aunque el llamado a la santidad es universal, la respuesta que demos a este llamado divino es personal, y es bueno tomar conciencia desde donde respondemos a este llamado. En este aspecto Santa Teresa de Jesús nos puede mostrar claramente el punto, ella escribe que en su niñez quería ir junto con su hermano a tierra de Moros a que los descabezasen para ganar el cielo, “Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo” (Vida 1.4). Ella quería gozar pronto de los grandes vienes que leía hay en el cielo, un mero interés, que en los comienzos es válido, porque el alma está pequeña y va caminando poco a poco, pero ya en la adultez de la fe, se debe adentrar y cernir las motivaciones de nuestras respuestas a Dios, ¿Qué nos motiva buscar la santidad?, ¿quizás nuestra motivación está preñada de interés y egoísmos?.


¿Una Santidad acética?


Santa Teresa de Jesús, nos escribe lo que el Señor le decía ante las dudas y preocupaciones de las fundaciones realizadas y todo el sueño del Carmelo descalzo en aquella época: «Haz lo que es en ti y déjame tú a Mí y no te inquietes por nada; goza del bien que te ha sido dado, que es muy grande; mi Padre se deleita contigo y el Espíritu Santo te ama» (Relaciones 13). El Señor nos vuelve a repetir cada día a nosotros esas palabras, “has lo que es en ti”, con toda perfección, con amor, y allí está la acética que debemos hacer, en la oficina, en el trabajo, en la escuela, en el bullicio, en el descaso, en el lugar donde nos toque desarrollarnos hoy, hacer lo que está en nosotros y dejar al Señor hacer lo que es en Él. La santidad no se conquista por las buenas obras (esto ayuda a que el vaso donde recibimos la gracia divina sea mejor y pueda recibir de mejor manera la gracia) pero no debemos olvidar que es por gracia divina y por Amor infinito del Padre que llegamos a la santidad, es como si tuviéramos un manantial de agua cristalina, pero nosotros sólo podemos recoger poca agua si nuestro vaso es pequeño, pero si nuestras acciones, oraciones y vida son vividas desde el Evangelio, desde las bienaventuranzas, con obras de caridad y amando a Dios y a los hermanos, nuestro vaso se ensancha, se hace profundo y nuestra alma aprovecha toda la gracia divina que Dios nos brinda.

  • Pero no un hacer por hacer, sino más que eso, es un ser.

  • Estamos llamados no a hacer oración, sino transformar toda nuestra vida en oración.

  • Estamos llamados no a hacer ayuno ni penitencias, sino a vivir la misericordia divina, y desde el amor ofrecer nuestros pequeños sacrificios.

  • Estamos llamados no a hacer grandes obras y misiones, sino a configurarnos con Cristo y con Él construir el Reino de Dios, aquí y ahora.


Construyamos juntos el Reino de Dios


Si nos configuramos con Cristo, si amamos a Él no podemos quedar fuera del proyecto de amor que desea instaurar en el mundo, estamos llamados a construir el Reino de Dios, esto “implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los esfuerzos o renuncias que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que te ofrezca. Por lo tanto, no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño.”[3], empeñados en la misión, viviendo el amor de Dios, salgamos cada día dispuestos a construir puentes de amor y esperanzas en nuestro mundo, a vivir la oración y el sacrificio en las horas de la oficina, en el trafico caótico, e incluso en nuestros momentos de dispersión y diversión. Construyamos juntos el sueño de Dios para nosotros, para nuestra comunidad y para el mundo entero.


Características de los santos de hoy


No deseo poner recetas sobre santidad, ya dijimos que la santidad es un camino siempre virgen, pero deseo apuntar algunas características que considero importante hoy en día para descubrir una vida de santidad, quizás es como un termómetro donde podemos medir de alguna manera nuestro ser hoy en día.

A.-Vivir centrados


Este mundo rápido y violento nos invita a vivir dispersos, desparramados entre redes sociales, ofertas de felicidad efímeras y placeres, pero el reto es el vivir centrados en Dios, firmes en Él que sostiene ante toda adversidad e incluso en la cotidianidad, es el vivir una espiritualidad profunda, somos llamados a profundizar en nuestra fe, nuestras creencias, en auto conocernos y con la gracia divina trabajar nuestro interior, cultivando nuestro ser.

Debemos vivir en profundidad, esto nos permite no vivir en la zozobra del nuevo día, de los acontecimientos, con una mirada ventanera, siempre mirando fuera de nosotros. El vivir en profundidad y altura nos permite ser conscientes que el mundo y todo lo conocido puede cambiar, pero que nada de eso cambiará mi amor por Dios, que no habrá dificultad que me haga apartar mis ojos de Él, porque “«Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31).

¿Voy por la vida disperso? ¿me dejo influenciar por las noticias y calamidades que pasan para entrar en la desesperación o por el contrario confió que Dios escribe recto en líneas curvas? ¿trato de buscar el actuar de Dios en mi día a día y en cada acontecimiento del mundo?

B.-Alegría


Una característica muy importante es vivir con alegría, ser agradecidos y alegres cada día se hace más difícil, las personas ya no tienen tiempo para una sonrisa, para un trato cortes y amable, hasta muchas veces es tomado como signo de debilidad en algunos entornos mostrar alegría, porque el mundo requiere “personas robotizadas” que entreguen efectividad y sean rentables para las compañías en las que trabajan. El santo de hoy es capaz de contagiar esperanza y optimismo aun en el peor escenario, es aquel que lleva la luz de Cristo a tantos que viven en la oscuridad y ven todo en tonos grises, pinta y da color a la vida. “Ser cristianos es «gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17), porque «al amor de caridad le sigue necesariamente el gozo, pues todo amante se goza en la unión con el amado […] De ahí que la consecuencia de la caridad sea el gozo» [Suma Teológica, Santo Tomas de Aquino]. Hemos recibido la hermosura de su Palabra y la abrazamos «en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo» (1Ts 1,6). Si dejamos que el Señor nos saque de nuestro caparazón y nos cambie la vida, entonces podremos hacer realidad lo que pedía san Pablo: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Flp 4,4).”[4]

¿Será que vivo la alegría que viene del Señor o soy de las personas que apagan y dejan en tinieblas a los demás por mis constantes quejas?

C.-Audacia


La Santidad es audacia para anunciar la buena noticia, es hacer nuestra la misión, es empuje evangelizador que deja marca en el mundo, es apropiarnos de la buena noticia y esparcirla como fuego a todo el mundo, llevar la antorcha de la fe y con ella encender a todos los que están a nuestro paso.

¡Cuántas veces nos sentimos tironeados a quedarnos en la comodidad de la orilla! Pero el Señor nos llama para navegar mar adentro y arrojar las redes en aguas más profundas (cf. Lc 5,4). Nos invita a gastar nuestra vida en su servicio. Aferrados a él nos animamos a poner todos nuestros carismas al servicio de los otros. Ojalá nos sintamos apremiados por su amor (cf. 2 Co 5,14) y podamos decir con san Pablo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).[5].

El anuncio aun con miedo, con temores porque somos humanos, porque tenemos limites, pero que ese miedo no nos paralice, para vivir la audacia se necesita el empuje del Espíritu Santo, para caminar incluso en caminos de peligro, pidamos al Espíritu Santo que él nos de la audacia de seguirle, de amarle y anunciarle.

Pidamos que la comodidad de lo conocido que surge siempre seductora no nos ate, Dios es siempre novedad, es ir mas allá, es salir de nuestra zona de confort, Dios va siempre más allá de nuestros esquemas, sale a la periferia, y si salimos de nuestro circulo seguro, Dios estará ya esperándonos, porque Dios siempre nos primerea, se adelanta y nos invita a lanzar nuestras redes mar adentro.

¿Nos dejamos ganar por la comodidad y el miedo?. ¿Cómo vivo mi fe, abrazo el anuncio de la buena nueva y hago mío el proyecto del Reino de Dios en el mundo?

En el mundo de hoy a muchos católicos nos toca defender nuestra fe, nuestra creencias, nuestros valores, es alzar nuestra voz que está dormida o acallada por tantas otras voces que se esparcen por el mundo y que contaminan y amenazan a nuestros hijos, nuestras familias, ¿cuántas veces somos timoratos en nuestro ser católico?, ya sea por comodidad, por el que dirán o nuestros egoísmos, no salimos y damos la cara, la santidad nos llama a defender la vida integralmente, defender el medio ambiente, defender a nuestra misma Iglesia ante los terribles ataques que surgen día a día en nuestras redes sociales y noticias locales. ¿Somos conscientes de nuestro deber aquí y ahora?

D.-En comunidad


La santidad no es un camino aislado, es un camino comunitario que se transita de dos en dos, no podemos buscar la santidad encerrándonos en nosotros mismos y no viendo la comunidad, al hermano. Al igual que Caín, nosotros estamos llamados a ser custodios de nuestros hermanos y con ellos labrar juntos la santidad. La vida comunitaria, sea en la familia, parroquia, colegio, trabajo o comunidades religiosas, están hechas de pequeños detalles, de la cotidianidad del día, del cuidado y atención, se entreteje del día a día, ya en el evangelio vemos muchos momentos de los pequeños detalles, como el cuidado de María ante la falta de vino en la boda, la atención de Jesús por la oveja perdida, el Señor se presenta siempre atento al cuidado de los demás, y en la última cena nos dejó su testamento de amor, con el gesto del lavado de los pies, también nos deja un mandamiento nuevo, “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado.” (Jn 13.34).

Animémonos unos a otros a vivir la santidad, a amarnos, a ser los santos de la puerta de a lado, a ser pregoneros de la luz de Cristo en nuestras vidas, a ser fuego que incendie el mundo con amor y caridad.


[1] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11. [2] Historia de un Alma. CAPÍTULO X LA PRUEBA DE LA FE (1896-1897) Teresa y su Priora [3] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA- GAUDETE ET EXSULTATE. Nro 25 [4] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA- GAUDETE ET EXSULTATE. Nro 122 [5] E XHORTACIÓN APOSTÓLICA- GAUDETE ET EXSULTATE. Nro 130

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