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Santa Isabel de la Trinidad y el Misterio de la Santísima Trinidad

Si yo te pidiera que me compartieras de cómo es tu experiencia en tu camino de fe con el Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿qué tipo de respuesta me darías? La verdad es que no es nada sencillo hablar o transmitir la experiencia con el Dios Trino y Uno, ya que para lograr más que comprender, vivir y contemplar desde la fe este Misterio de Amor, es necesario guardar lo que el evangelista San Juan nos dice: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14, 23). Acá que lo central del Misterio es el amor, por tanto, sólo el que ama, entiende el dinamismo que existe en Dios Trino y Uno.


Llama la atención que, cada santo se caracteriza por haber profundizado algún aspecto del misterio de Dios, en este caso, la santa carmelita ha profundizado “el Misterio de los misterios” (C 185), es decir, el Misterio trinitario, ese misterio central de nuestra fe cristiana.


Lo llamativo en Santa Isabel es que ella no ofrece una enseñanza de tipo dogmática teológica sobre el Misterio, ella no es teóloga. Lo que ella nos presenta es un acercamiento al Misterio trinitario de manera hermosa y sustancial con tonos y formulaciones originales, se trata de una exposición personal. Lo que ella ha podido percibir, nos lo ha transmitido a través de sus escritos de manera sencilla y normal, porque su fuente principal de expresión es la Palabra de Dios, además de la vivencia litúrgica y de la Tradición de la Iglesia que Santa Isabel logró conocer y vivirlo desde la fe.


Por tanto, quisiera destacar algunos rasgos que están presentes en los escritos de Santa Isabel, de manera que nos ayude a conocer mejor este Misterio muy poco entendido.


El gran Misterio


En primer lugar, Santa Isabel al referirse al Misterio de la Santísima Trinidad, lo menciona como el “gran Misterio” (C 113). Con eso, Isabel quiere resaltar “la profundidad del Misterio” (C 136, 158), en la que ella desea perderse y sumergirse (C 57, 58). Para ella, la Santísima Trinidad es un “abismo” (C 62), en donde ella se sumerge y se pierde. Sin embargo, lo esencial del Misterio es que se trata de un misterio de amor, “inmensidad de amor que nos desborda por todas partes” (C 199, 228).


La manera en cómo Isabel describe el “gran Misterio” de la Trinidad, refleja la “insondable profundidad” que este Misterio tiene para ella. Por eso, al usar el término “Misterio”, es para reconocer con ello la infinitud e incomprensibilidad de “la insondable Trinidad” (UE 44).


Pero, ¿cómo acercarnos al Misterio?


Por eso, Isabel nos da una clave de cómo debemos acercarnos a este Misterio. Ella dice que se imprescindible acercarse en actitud de “adoración y silencio” (cfr. UE 21). Por eso, ella misma aconseja que la celebración de la fiesta litúrgica debe ser “una fiesta de adoración y silencio” (C 113). Para ella, el silencio fue un aspecto esencial en la espiritualidad, incluso, cuando conoció la regla carmelitana, se enamoró profundamente del silencio que prescribe la regla, hasta tal punto que ella ha desarrollado una espiritualidad del “silencio interior” (UE 3), pero ese es otro tema aparte que no pretendo abordar aquí.


El tema acá es que, para Isabel, la clave de acercarse y contemplar ese “gran Misterio”, es por medio del silencio, ya que es el silencio, el “eco del que resuena en la Trinidad” (C 166). Ese silencio que Isabel contempla en la Santísima Trinidad, es un silencio de Plenitud infinita y que invita a entrar en ese recogimiento en el silencio que es para ella “un cielo anticipado” (UE 21).


Isabel entiende muy bien que adentrarse en Dios es por medio de una “movimiento sumamente sencillo y amoroso”. Desde ahí entendemos aquella oración que Jesús hacía a su Padre: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25). Ese movimiento sencillo del alma que se adhiere a Dios es llamado por Isabel “recogimiento”. Esto permite “entrar cada vez en el Ser divino”.


En resumen, Isabel describe el Misterio de la Trinidad como algo que es insondable, más no inaccesible, ya que, la persona de fe puede tener acceso por medio del silencio y el recogimiento, ello a través de un movimiento sencillo y amoroso. Detrás de esto, está presente una espiritualidad de la pequeñez, ya que, los sencillos y humildes, son los que han logrado profundizar en lo más hondo del Misterio de Amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.


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