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Nuestra Señora del Carmen, Reina del Universo

En todo el mundo las fibras del "amor de madre", mueve los corazones en estos días de preparación para una gran fiesta de la Iglesia, la Solemnidad de nuestra Señora del Monte Carmelo.

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Una pequeña nubecilla


Así comienza en la historia la presencia de esta Madre singular, cuando el profeta Elías manda a su criado subir siete veces al Monte Carmelo y mirar hacia el mar. "A la séptima vez dijo el criado: sube del mar una nube pequeña como la palma de una mano". (1 Re. 18, 44)

Esa nubecilla se transformó en un torrente que acabó con la sequía en Israel, fue una fuente de gracia y vida, que despertó la fe en el Dios verdadero que Elías anunciaba a los profetas de Baal.

Con el transcurrir del tiempo el Monte Carmelo se transformó en un lugar de "presencia", una presencia divina que muchos podían percibir desde el corazón, y que los invitaba a vivir en soledad y silencio, para una profunda comunicación con Dios.

Así nació nuestra Orden de la "Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo", y esos primeros hombres que se reunían allí para orar y alabar al Señor, eran llamados los hermanos de la Virgen. Ellos comenzaron a interpretar esta nubecilla como la presencia de la "Madre", esa mujer que había sido anunciada por los profetas "como una virgen que concebiría y daría a luz al Salvador".


Los símbolos son evidentes en estos relatos bíblicos que nosotros llevamos ya impresos en nuestra memoria como creyentes. El signo principal es el agua de la vida, la lluvia que acabó con la sequía, y permitió a los hijos de Israel seguir viviendo en esa tierra prometida, de la cual todos nosotros somos herederos en la fe.


Madre de la vida


Una mujer, en la plenitud de los tiempos, dio a luz al Hijo, una mujer que se manifestaba ante los hombres muchos siglos antes, en el Monte Carmelo, como una nubecilla. Ella, es madre de la Vida, y nos manifiesta cada día su amor, ese amor, germen en todos los sentidos, sobre todo en la incompletud de nuestra existencia, desde el día en que nacimos.

Cuando nuestra madre nos dio a luz ya experimentamos esa limitación del existir, lo primero fue aprender a respirar, y desde ese primer momento, dependientes totalmente de la madre, comenzamos a renacer, reconciliándonos con ese "no ser el todo".

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Nacemos aceptando nuestras limitaciones, y acogiéndonos a la ayuda del otro, pues, antes de nacer coincidimos en todo con nuestra madre, no hay separación entre nosotros y ella, aunque la hay en la forma. Sin embargo, nacer, significa no coincidir con la totalidad, es decir, no ser "todo". Recién nacidos no coincidimos con nosotros mismos, para ello necesitamos el tiempo.

Cuando nacemos entramos en el mundo indominable, en ese espacio del "no ser", un espacio dominado por la muerte, donde se experimenta el "no ser", al que hacemos frente con la lucha, primero por subsistir; si tenemos hambre o frío, lloramos. Si hay dolor, nos quejamos, y los padres intentan dar solución a todas esa limitaciones de la vida. A medida que vamos creciendo lo experimentamos en otros ámbitos, comienzan las luchas entre hermanos, muy normales. Después, en la adolescencia, las diferencias con los amigos, y en la juventud la cantidad de obstáculos que se nos presentan, nos introducen en el torbellino de la vida, que es una constante lucha por llegar a un fin deseado.

Esto que llamamos muerte, "no ser", es el único lugar donde es posible el amor en la tierra, porque en el cielo el amor se vive en plenitud. Antes del amor, la limitación es lo que hace posible nuestra identidad: por ejemplo, yo no puedo desear tener la nariz que tiene mi compañera, tengo mi propia nariz y eso me identifica, aunque no me guste mi nariz. .Mi limitación es una evidencia de mi identidad.

Gracias a nuestra incompletud, estamos preparados para recibir, solo en la medida que somos conscientes que no lo tenemos todo, seremos sorprendidos frente a los regalos que recibimos, y lo indominable posibilita la gratuidad.

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Lo más grande que hemos recibido en la vida es la vida misma, que nos ha dado Dios por medio de nuestros padres, ellos han cumplido una hermosa misión, siendo la de la madre de un carácter especial, primero por esos nueve meses de gestación, luego el tiempo de la crianza. Los padres nos lo dan todo los primeros años, luego nos acompañan en el proceso de desarrollo, en la madurez y la formación.

Pensemos la misión de la madre, que lo da todo, sin controlar nada, ella es el centro en ese espacio vacío en que está un niño de dos meses, espacio que posibilita el amor gratuito e irrevocable.


Reina del Carmelo


Esto es lo que hace otra Madre en nuestra alma, es la razón que tenemos para construir en lo más profundo de nuestro corazón un trono para ella. Ella es la reina, no solo de mi corazón, sino de todo el universo, bajo la advocación del Carmen es venerada en todo el mundo. San León Magno dice que ella fue elegida de una descendencia real, "destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación. Antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu". (San León Magno, sermones)

Este santo padre de la Iglesia, cuando habla de prole se refiere a sus hijos en el espíritu, hermanos de su Hijo, que se mostró igual a nosotros por su humanidad y superior a nosotros por su divinidad. Esa prole, somos nosotros, y estamos llamado a alcanzar su divinidad en la plenitud de los tiempos.


Nosotros somos consciente que en el camino de la fe necesitamos ayuda para crecer, María, "la Madre por excelencia" es crucial en este proceso, y qué privilegio hemos recibido los y las carmelitas descalzos(as) y todas aquellas personas que siguen nuestro carisma.

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Nosotros como Orden no tenemos un fundador o fundadora a quien se pueda acudir, sino que un grupo de cruzados, penitentes y peregrinos nos dieron vida como Orden en la última década del Siglo XII en las laderas del Monte Carmelo. A principios del Siglo XIII, San Alberto, patriarca de Jerusalén aprobó la Regla de estos primeros hermanos, que "es el punto de referencia y el libro fundamental de la Historia y espiritualidad de la Orden del Carmen. Bien podemos decir que con ella comienza el Carmelo. Es cierto que en la norma de vida que les da San Alberto no se menciona explícitamente a la Virgen, pero pronto los principales representantes de la Orden descubrirán su presencia en el espíritu de la regla como modelo de muchas prescripciones, como Virgen Purísima y como prototipo que les ayuda a la unión con Dios para experimentar su intimidad". (Año Cristiano-José Martínez Puche)


El 16 de julio de 1251 la Virgen del Carmen se apareció a San Simón Stock en Inglaterra, llevando en sus benditas manos el escapulario y diciendo estas palabras: "Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él se salvará". (Santoral del Siglo XVI).


Nuestra madre Teresa, hija del siglo XVI, cómo nos recomendó, recordar siempre "cuán presto se acaba todo y la merced que nos ha hecho nuestro Señor a traernos a esta Orden, y la gran pena que tendrá quien comenzare relajación... Que pongamos los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos profetas: ¡Que de santos tenemos en el cielo, que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos" (F. 29, 33).


Seamos como María, ella es nuestra Madre y un referente actual, frente a nuestras limitaciones, dejémonos sorprender en la gratuidad de su amor, dejemos a ella cultivar en nuestro corazón todas las virtudes que nos acercan a su Hijo, que su gracia y su ejemplo como madre, hija y hermana, sean ese espacio donde el "no ser" se transforma en plenitud y gozo.


Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del cielo,

Virgen fecunda y singular.

Oh Madre tierna, intacta de hombre, a los carmelitas proteja tu nombre,

Estrella del mar. (Oración que escribió San Simón Stock)


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