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Id a José

Eran las cuatro de la tarde cuando el prior llamó al Padre Carlos de la Bendición. El Padre Carlos era el más joven de la comunidad a la que había sido destinado ese trienio, comenzaba a trabajar con los jóvenes, pues entre jóvenes se entienden, había dicho el prior en su momento.


— Pase, —le dijo el prior— Hemos pensado que Usted será el encargado de oficiar la misa de San José en la Aldea “las cañas”. La misa será a las 10 de la mañana.


Una sonrisa se dibujó en el rostro del Padre Carlos. Desde ese día comenzó a pensar que hablaría en la homilía. Él siendo muy Devoto de San José pensaba que había tanto que decir. Así pasaron varios días, hasta que un día encontró la respuesta mientras almorzaba con la comunidad.


— Padre Carlos, Usted confíe. Mire a San José, siempre abandonado en Dios.


La iglesita blanca, con un pequeño campanario al costado, se había vestido de fiesta. Los feligreses habían colgado desde la cruz del campanario unas cuerdas con papelitos de colores que llegaban hasta el muro que recibía a todos en el atrio. El día estaba fresco, el cielo de un celeste radiante y el sol brillando. El grupo de alabanza, que en realidad solamente eran cuatro jóvenes, dos con guitarra y los otros que prestaban la voz, se habían preparado por días para que todo saliera bien. El grupo de jóvenes había sido el encargado de la preparación para esa misa y habían recibido al Padre Carlos con alegría, se sentían en confianza.


La misa comenzó igual como todas y el ambiente solemne flotaba por los aires y por fin llegó el momento de la homilía.


Saben —Comenzó el Padre Carlos—, cuando yo era joven, las risas entre los feligreses se dejo sentir, pues la cara del padre Carlos parecía de alguien de unos 25, pero ya estaba rondando los treinta; visitaba una iglesia donde había un San José que bailaba, otra vez las risas; sí, —reafirmó el padre Carlos—, es una imagen donde los pies de San José están cruzados y el autor de la imagen decía que San José estaba durmiendo al niño Dios, pero para mi estaba bailando. Eso siempre me hizo pensar en la confianza que tenía hacia Dios y como se abandonó a su voluntad. ¿Cuánto tiempo hay que cargar a los niños? Un par de años o más ¿Verdad? Imaginen a San José durmiendo al niño los días posteriores a su nacimiento, para que Nuestra Señora descansara. Mientras huían a Egipto. Mientras Nuestra Señora hacia el almuerzo. Cuando no se podía dormir, quizá por un cólico. Y así nos podemos imaginar a san José, bailando al Niño Dios.


¿Qué tiene de especial?, se podrían preguntar, pues que San José veía al niño, a un niño que había sido anunciado por un ángel. ¿Fácil de creer? Las caras de la feligresía pensativa, con un silencio sepulcral. San José, continuó el Padre Carlos, según nos cuenta la tradición no vio a ese niño convertido en hombre, pero sí le acompaño por muchos años siendo niño e imagino, estoy seguro, que fue él quien le enseño a escuchar la voluntad de Dios, a saber, descubrirle en las pequeñas cosas, a ver en los otros esa imagen de que en ellos Dios también habita, en decir ante la incertidumbre, hágase tu voluntad y abandonarse.


Estamos en preparación para la semana santa, y nos encontraremos a Jesús diciendo, “hágase Tu voluntad no la mía”. Quizá en algún momento recordó como San José con su silencio y abandonando a la voluntad de Dios, encontraba siempre la felicidad.


Id a José, dice una expresión de aquellos que han descubierto a este gran santo. Santa Teresa de Jesús, decía que siempre, cada año en su festividad le pedía una gracia especial y siempre se la concedía. En palabras de ella: “Querría yo persuadir a todos fuesen muy devotos de este glorioso Santo, por la experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera las almas que a él se encomiendan”. Vayamos a José, para que nos enseñe a sabernos abandonar en su Papá, a veces sin entender, el pasado, el presente y el futuro, digamos: “Hágase tu voluntad”, acompañados de este gran santo que caminó en silencio.


Encomendemos a San José:


Salve, custodio del Redentor

y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,

en ti María depositó su confianza,

contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,

muéstrate padre también a nosotros

y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,

y defiéndenos de todo mal.

Amén.


Pueden ponerse en pie. Continuemos nuestra santa misa.


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