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Una muchedumbre inmensa: Todos los santos de la orden

Todos los años, el día 14 de noviembre, celebramos en nuestra Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, la fiesta de "Todos los Santos". Preparemos el corazón, para unirnos en una acción de gracias a Dios, por tantos hermanos nuestros, que ya gozan de su Presencia y de los honores prometidos por el Hijo, que vino a la tierra, manifestándose a ellos, de una manera excepcional, como lo hace también hoy a todos nosotros. El apóstol Pedro en su primera carta, interpreta la voz de nuestro Señor Jesucristo, invitándonos a ser santos, como Él, en toda nuestra conducta.


Estos santos anónimos vivieron las bienaventuranzas, "como un árbol plantado al borde de la acequia, dando fruto en su sazón, no se marchitaron sus hojas y todo cuanto emprendieron llegó a buen fin". (Sal. 1)






¿Quienes son esos santos?


Son todos aquellos, de quienes no sabemos sus nombres. En la Liturgia de las Horas del Carmelo Teresiano aparece una larga lista de santos y beatos, cuarenta y seis en total, de quienes conocemos sus nombres, sus historias de vida, la fecha de nacimiento y muerte. Pero esta fiesta de todos los santos, nos permite recordar y agradecer la vida de tantos hombres y mujeres, que a lo largo de los siglos han vivido la espiritualidad del Carmelo. ¿Cuántos de ellos hemos conocido? Recordemos a esos hermanos que se dedicaron a la asidua oración en la tierra y hoy gozan de la gloria celestial. A los monjes y monjas contemplativos, a los misioneros y carmelitas de la Orden seglar; matrimonios que se han consagrado en el Carmelo, también aquellos que han optado por vivir célibes en el mundo, la espiritualidad de Santa Teresa.


Los santos del Carmelo son una inmensa muchedumbre de hermanos nuestros, que consagraron su vida a Dios, abrazando las enseñanzas del divino Maestro e imitando su vida, y se entregaron al Servicio de la Virgen María en la oración, la abnegación evangélica y el amor a las almas, sellado a veces con su sangre. Ermitaños del Carmelo, mendicantes de la edad media, doctores y predicadores, misioneros y mártires; monjas que dilataron el pueblo de Dios con la misteriosa fecundidad de su vida contemplativa; religiosas que descubrieron el rostro de Cristo a sus hermanos, con el apostolado sanitario o docente, sobre todo en tierras de misión; seglares que en medio del mundo supieron encarnar el espíritu de la Orden. (1)

¿Por qué esta fiesta litúrgica?


Recordemos que el día primero de noviembre celebramos a todos los santos de la Iglesia universal, y al día siguiente, conmemoración de todos los fieles difuntos. Pues en las ordenes religiosas también se ha designado un día para recordar y celebrar la vida de tantos hermanos. Y este es el día que dedicamos para ello en nuestra Orden del Monte Carmelo, desde aquellos primeros ermitaños, que junto a la fuente de Elías se reunieron, para vivir en obsequio de Jesucristo, "Sirviéndole lealmente con corazón puro y buena conciencia". (Regla primitiva)


1.- De esta casta venimos


Nuestra santa madre Teresa de Jesús, siendo muy joven descubrió la riqueza de aquellos "santos de donde descendimos" que nos antecedieron en el camino, fueron nuestros cimientos, construyeron el edificio. Y si ella fue capaz de reconocer esta gracia, más nosotros que vivimos en el tiempo, cinco siglos después, y fácilmente podemos imaginar la cantidad de hombres y mujeres que constituyen esta "casta" e interceden por todos. Han pasado cinco siglos, y es obvio que el número de estas almas ha aumentado de una manera grandiosa.

Pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos profetas. ¡Qué de santos tenemos en el cielo, que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la batalla hermanas mías, y el fin es eterno. (2)

Esta batalla, la nuestra, en este Siglo XXI, ahora, donde tú y yo, intentamos ser tales, y cuántas veces no logramos nuestros deseos. "¿Qué me aprovecha a mí que los santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio?" (F. 4, 6).

Poco durará esta batalla hermanas mías, nos dice la santa, y ese "hermanas mías" debe ser transportado hoy a todos los habitantes del planeta del Siglo XXI. ¿Qué importa el sacrificio que a veces puede significar ser buenos? El fin es eterno, la dicha que inundará nuestro corazón en las moradas eternas, los atrios del Señor: "Una alabanza sin fin".





Solo Dios conoce esa multitud, que a través de los siglos dilataron el Pueblo de Dios, en una vida fecunda, consumidas sus almas en el atrio del Señor, palpitando sus corazones por el Dios vivo. Solo Dios conoce sus nombres, ve sus rostros, y hoy la liturgia de la Orden nos concede esta gracia, de encomendarnos a ellos, de rezar junto a ellos, seguir su ejemplo, viviendo en la casa del Señor, alabando su nombre siempre, buscando en su poder la fuerza, "porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria. el Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable". (Sal. 83)


2.- Nosotros, ser como ellos


El salmista expresa constantemente el anhelo profundo del ser humano de ser feliz. Nuestros santos lo han logrado, y el legado que nos dejan a todos, es intentar vivir como ellos. Nos invitan a descubrir la belleza del Carmelo, el bien que hay en vivir las virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Ofrecer nuestra disponibilidad a Dios, para que, como la arcilla en las manos del alfarero, seamos esa masa dócil en sus manos, y nos dejemos conducir por ese camino maravilloso, porque Él es "cobertura durante el día y lumbre de estrellas durante la noche". (Sab. 10, 17)


Con el salmo 60 rezamos al Señor: "Habitaré siempre en tu morada, refugiado al amparo de tus alas; porque tú, oh Dios, escucharás mis votos y me darás la heredad de los que veneran tu nombre".

Nuestros santos, son los justos, cuyo corazón no era sino un paraíso en la tierra, donde Dios tenía sus deleites. "Tañeré siempre en tu honor, porque mi alma es la morada de tu Reino."

Nuestra alma es como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza (Gn. 1, 26). (3)

3.- Gran hermosura de un alma


Todas las personas por naturaleza experimentamos esa necesidad de parecer bien ante los demás, es el sano amor propio que mantiene nuestra autoestima a un nivel de desarrollo normal, que nos permite relacionarnos con nuestro entorno de una manera positiva. Sin duda, la belleza es una herramienta constructiva para el logro de nuestros proyectos.


Hoy, los medios que tenemos a nuestro alcance, pueden satisfacer a todos para lograr esa belleza física, que nos proyecta al futuro, con los menos fracasos posibles. Pero la belleza del alma es otra historia, aunque también es un trabajo personal, una labor que necesita de mucho tiempo, perseverancia, constancia.


La belleza del alma está caracterizada por una "Presencia", un "Ser" que se deleita en ella, pero es ella quien permite esta presencia, se ha preocupado de profundizar: ¿Quién soy? ¿Por qué existo? Sería gran bestialidad, nos dice Santa Teresa, si no sabemos indagar por qué existimos.


...sin comparación es mayor la que hay en nosotros cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos alma. Mas qué bienes puede haber esta alma o quien está dentro de esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura. (4)

Todo se nos va en la "grosería del engaste o cerca de esta castillo, que son estos cuerpos", escribe después la Santa. Debemos entrar al Castillo Interior, "donde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma".

Pues los santos han dado este paso, vivieron de esa hermosura, y la veneración con que hoy los recordamos, debe despertar en nosotros un fuerte deseo de ser como ellos.


¿De qué les sirve a los santos nuestros elogios?


"Ellos no necesitan nuestros honores, no les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo." (San Bernardo de Claraval)

Dios se quiere manifestar a nosotros como se manifestó a ellos, nos llama cada día a convertirnos, conservar esa hermosura que puso en nosotros al crearnos. Y no espera nada extraordinario, sino en lo sencillo de cada jornada, el trabajo, el estudio, labores de casa, crianza de los hijos, en los momentos de oración.

Dios quiere encontrar ese deleite en los corazones, nos quiere "bienaventurados".





Para reflexionar:


Cuando leo la vida de un santo, ¿despierta en mí ese deseo de gozar de su compañía y ayuda, y de ser como él?


¿Experimento esa dignidad de ser un hijo o hija del Padre que está en el cielo, que no es ese firmamento allá arriba, sino esos espacios de hermosura, caminos maravillosos donde reina el amor, la bondad y la entrega sin límites a los demás?


¿Experimento en mi vida de oración la cercanía de Jesús, pero de un Jesús humano que sintió hambre, frío y todo lo que un ser humano puede sentir y que vivió en esta tierra?


¿Creo que puedo vivir en comunión con los santos, siento que ellos están sosteniéndome en cada momento?


¿Puedo recordar alguna persona que haya vivido un proceso de transformación en el amor y que al morir haya dejado en mí un destello de luz, y hoy puedo sentirlo como un bienaventurado de esa gran muchedumbre de hermanos que viven ya en la gloria de Cristo?




Deseemos pues esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas. (5)


(1) Oficios propios del Carmelo Teresiano, cuarta edición, página 301

(2) Libro de las Fundaciones 29, 33

(3) Primera Moradas 1, 1

(4) Primeras Moradas 1, 2

(5) De los sermones de San Bernardo de Claraval.









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