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En esta Cuaresma, que no se nos olvide…


Iniciamos un camino hacia la Pascua. Se trata del Tiempo de Cuaresma, el cual hemos iniciado el recién pasado miércoles. Ese día recibimos el sacramental de la ceniza sobre nuestras cabezas, abrazando así un camino de conversión y purificación de cara a las próximas solemnidades de la Pascua del Señor. Le invito hoy a reflexionar, desde la sinodalidad de la Iglesia, unos cuantos aspectos para que no se nos olviden.


Para empezar, y de la mano del místico carmelita descalzo Francisco Palau y Quer, retomemos que la Iglesia es el cuerpo Místico de Cristo, es “Dios y los prójimos en un mismo amor” (MR 22, 32); por lo cual entendemos que vamos todos, unidos, formando un solo cuerpo, un pueblo que en la Pascua nació. Nos disponemos a emprender en compañía de Jesús su camino hacia el calvario y a la Cruz, para pasar también juntamente con él a la vida nueva de la Pascua; celebraremos el momento culminante de una historia marcada por el designio misericordioso de Dios que quiere nuestra glorificación con Cristo.


La Cuaresma es un tiempo santo, es decir, dedicado a Dios de un modo especial. Es un tiempo de Gracia, lo cual significa que se bendicen los buenos propósitos que tengamos para con nosotros mismos y el prójimo. De un modo especial, reflexionamos qué significa ser cristiano, nos enfrentamos con nosotros mismo cuestionándonos si cumplimos con las obligaciones propias como bautizado. Pero, ¡cuidado! porque en muchas ocasiones se profana este tiempo sagrado con actividades contrarias a la práctica de la fe viviendo la Cuaresma como una rutina anual más, poniendo énfasis en prácticas “por costumbre” y no por amor a Dios y al prójimo.



Por eso, que no se nos olvide que la Iglesia tiene una misión particular en este tiempo litúrgico de Cuaresma, la cual consiste de manera más intensa en el anuncio de la Palabra de Dios, siendo así obediente al mandato de Cristo de predicar la Buena Noticia a todo el mundo. Se trata de un momento especial para escuchar lo que se predica, de hacer un esfuerzo para abrir el corazón al mensaje. Este tiempo litúrgico de Cuaresma consiste en un llamado a la humildad, a dejarse llevar, a tener un momento para interiorizar y orar con fervor. Esto no es fácil y por eso hablamos de un camino, un recorrido que requiere un ejercicio espiritual: ayuno, oración y limosna. Lo de dar implica un gran esfuerzo para salirnos de nosotros mismos; esto se logra con un alto en el camino, con un examen de conciencia, con la confesión y con la comunión. En la espiritualidad carmelitana dar no se limita a cosas materiales como el dinero, la comida, ropa, etc. En este tiempo litúrgico de Cuaresma, se nos hace ver que dar es también ofrecerse uno mismo, es decir, vivir la fraternidad.


Que no se nos olvide en esta Cuaresma que profesar la fe no es decir que creemos, ni aceptar deberes a cumplir, sino recordar las maravillas de Dios y dar gracias. Se trata de un reconocimiento agradecido de la compañía de Dios en nuestra historia, en los momentos de la tribulación, donde el Señor ha sido “refugio mío, fortaleza mía”. San Pablo nos recordará que quien invoca el nombre del Señor se salvará. Eso sí, tengamos presente que Jesús nos invita a ir con él al desierto, a entrar dentro de nosotros mismos, a luchar contra las tentaciones y a encontrarnos con Dios para animarnos.


En este Domingo se nos presenta el texto sagrado de las tentaciones de Jesús. Ellas son el retrato de las tentaciones que encontramos en nuestro propio caminar: Adán fue tentado y falló; el pueblo de Dios fue tentado y falló; también nosotros fallamos. Pero, ¡atención! que no se nos olvide que Jesús sale victorioso de la tentación.


Es significativo que a Cristo se le dice “haz que estas piedras se conviertan en pan”, pero él nos enseña a suplicar al Padre “danos hoy nuestro pan de cada día”; le dice el demonio a Cristo “te daré todos los reinos de la tierra si me adoras”, pero Jesús nos enseña a decir “venga a nosotros tu Reino”; y frente a la respuesta de Cristo al demonio “no tentarás al Señor tu Dios”, podemos recordar que nos enseña a exclamar en el Padre nuestro “santificado sea tu nombre”.


Que no se nos olvide que Cristo nos enseña a vencer las tentaciones: la tentación de convertir las piedras en pan, como si lo material fuera lo principal en nuestra vida de hijos de Dios; la tentación de endiosar y adorar los valores mundanos, olvidando que Dios es el único Padre y Creador; la tentación de lanzarse para conquistar brillo, gloria y aplausos a la persona humana, perdiendo de vista la humildad de nuestro reconocimiento a Dios dador de todo lo bueno.


Que no se nos olvide que este santo tiempo de la Cuaresma es para una profesión de fe, es decir, que reconocemos nuestra debilidad pero que estamos convencidos de la fuerza que se nos da en Cristo. Seremos probados en nuestra fidelidad; o sea, en la respuesta que demos de amor a Dios y al prójimo; y en el compromiso de continua lucha; porque el mal existe también dentro de nosotros pero, con la ayuda de Dios y el ejemplo estimulante de Cristo, podemos y debemos vencer.


Que no se nos olvide que, en la profesión de fe de la vigilia Pascual, se nos preguntará si renunciamos al demonio y a sus obras. Responderemos que sí. Pero, antes, contamos con el tiempo oportuno de la Cuaresma para responder con nuestras obras y no solamente de palabra. Por eso, para finalizar, tengamos presente las palabras de nuestra amada Teresa de Jesús: “Ya sabe su Majestad nuestra miseria y sabe que estas almas desean siempre pensar en Él y amarle. Esta determinación es la que quiere” (V. 11,15).




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