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Elías, el profeta de hoy


"Luego apareció, como un fuego, el profeta Elías, cuyas palabras quemaban como una antorcha" (Eclo 48,1)... así describe el Eclesiástico a uno de los más grandes profetas de la historia del Antiguo Testamento.


Aunque no se dice mucho de su vida en la Biblia, compartiré unas pinceladas de su historia. Se sabe que nació en Tisbe en el siglo IX a.C. en la época del Rey Acab, fue un defensor del Dios verdadero y único. Su nombre Elías, significa: “El Señor es mi Dios”. Combatió contra la adoración de ídolos de aquella época, especialmente contra el dios Baal.


Desierto en la vida

En estos tiempos de vertiginoso andar, muchas veces podemos pensar en nuestras vidas como un desierto, donde nada crece, donde el agua no cae, donde no hay ni rocío ni lluvia sólo desesperanzas en el andar, pero en nuestro caminar errante nos sale Elías al encuentro, con el espíritu de Dios, que escucha en el silencio su susurro, que sabe escuchar y se deja guiar por Dios en su camino, en el relato del libro primero de los Reyes 18, nos comenta que él está atento a los designios de Dios, y hace lo que Él le pide sin siquiera refutar. Se enfrenta a los profetas de Baal, porque engañaban al pueblo, ellos creían que era el dios que le donaba la lluvia y la fertilidad del campo y el ganado.

El profeta Elías debe desengañar al pueblo, por ello los reúne en el monte Carmelo y les propone hacer una elección, seguir al Señor o seguir a Baal; en nuestro propio contexto no necesitamos llegar hasta el monte Carmelo para discernir, para desengañar nuestros ojos ante el seguimiento errado, ya Cristo nos dijo,

Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.” Mt 6,21.

Entonces nace las preguntas: ¿Dónde está mi corazón?, ¿a qué dedico la mayor parte de mi tiempo? ¿Dónde vuela el pensamiento cuando estoy con tiempo libre? estas preguntas pueden ayudarnos a ver con claridad nuestro seguimiento, nuestro camino hoy.

El celo de la Iglesia

Los hermanos Ermitaños del Carmelo recordamos a nuestro Santo Profeta Elías en nuestro escudo, en el podemos ver la representación de un brazo que sostiene una espada de fuego y una cinta con las palabras

Zelo zelatus sum pro Domino Deo exercituum”, es decir “lleno de celo por el Dios de los ejércitos”.

Somos herederos del celo profético, del cuidado amoroso de nuestra Iglesia hoy en día tan golpeada, tan maltratada y pisoteada en todo sentido, por los escándalos que día a día salen a la luz y que son tierra fértil para ocultar los grandes pecados de la sociedad, con ello no se pide encubrir el pecado de ninguna persona, pero se debe cuidar y proteger la Iglesia, los errores deben ser subsanados y corregidos por los autores de los mismos, pero no por ello debemos callar los miembros de la Iglesia, y dejar que sea pisoteada en su dignidad; desde el bautismo somos llamados a ser profetas, que anuncian el Reino pero también que denuncian la injusticia, hoy nuevamente renace la llama del celo por Dios que nos cuestiona una y otra vez, ¿Cómo actúo contra los ataques a la Iglesia?, ¿Cuál es mi posición y mi reacción ante las noticias actuales de nuestra Iglesia? ¿será que he caído en la relativización y sólo me conformo con asistir los domingos a misa? ¿la Iglesia, la parroquia es mi casa, o sólo un lugar donde voy a celebrar la liturgia? ¿me preocupo por mi Iglesia, por los sacerdotes y vida consagrada?

Descanso en las horas difíciles

El libro primero de los Reyes en el capítulo 19 nos relata que Elías huyó al desierto porque tuvo miedo de la venganza de Jezabel por la muerte de los profetas de Baal, exhausto se adentró al desierto y pidió la muerte, un momento de quiebre para este gran profeta, donde se palpa la humanidad en carne viva, ¿Cuántas veces nosotros no hemos estado en ese límite?, alguna enfermedad, una situación que ha sobrepasado nuestras fuerzas, o quizás el cansancio acumulado, e incluso el servicio que se convirtió en agobio dentro nuestro; aprendamos de Elías a “desacansar”, nos dice que él “se acostó y se quedó dormido” y vino un ángel y le dijo “Levántate y come”, y una vez más viene e


l ángel y le dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”, el camino es largo, pero nosotros tenemos un viatico para nuestro caminar, la EUCARISTIA, tenemos el alimento de vida eterna que nos renueva las fuerzas, que nos alivia el alma y nos ayuda a seguir caminando;

En mi propia experiencia recuerdo el año pasado, cuando mi madre estuvo en terapia intensiva por un mes, me sentí tan desamparada que no lograba dar un paso más, y en ese momento se hizo presente “un ángel de Dios” inspirado seguramente por Él que me llevo la comunión, que fue ese descanso que Elías consiguió para seguir caminando, porque Dios que todo lo ve, también nota tu dolor, tus fuerzas y tus limitaciones, aprendamos a volver día a día a la fuerte de vida eterna y a descansar en su regazo amoroso.


Silencio contemplativo

Con la fuerzas renovadas, Elías camina por 40 días y 40 noches, como metáfora de purificación del corazón hacia la experiencia de Dios, estaba en la caverna cuando la palabra de Dios fue dirigida a él, “sal fuera”, la oración y el encuentro con Dios no queda en un ensimismamiento, ni en egoísmos, ni personalismo, sino que nos pide salir fuera, nos exige amar, amar al prójimo y amar a Dios por medio del servicio del prójimo, salir del encuentro con Dios para anunciar el amor de Él en mi vida, es el poder llevar nuestra oración a nuestro día a día, es saturar todo nuestro cotidiano vivir de Dios.


En palabras del Papa Benedicto XVI, "la verdadera adoración a Dios es entregarse a Dios y a los hombres, la verdadera adoración es el amor" que "no destruye sino que renueva y transforma". (Benedicto XVI, Audiencia general 15 de junio de 2011). ¿somos transformadores que dan vida en nuestro caminar, o regamos sólo muerte y resentimiento?


El salir nos hará descubrir la brisa suave de Dios, al comenzar a ver con ojos de niños nuestra realidad, con ojos que se sorprenden, con ojos que buscan a Dios en todos los acontecimientos, descubriendo el actuar de Dios en nuestras vidas, descubrimos la brisa suave, no en el huracán sino en la suavidad del cuidado del hermano, en la suavidad del dar la otra mejilla, es el vivir los valores evangélicos y las virtudes teologales.


Animados hoy al festejar al Profeta Elías, reavivemos en nosotros nuestro ser profético, para poder amar a Dios y servir a la Iglesia con celo, con amor y sabiendo que nuestro encuentro con Dios, la oración, debe llevarnos inevitablemente a la acción, al servicio y el trabajo de la construcción del Reino aquí en la tierra.


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