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Detenerse, una forma de ayunar


El Papa Francisco nos regala, en su mensaje para la cuaresma, un elemento que es fundamental para vivir la Semana Santa y comprender con mayor profundidad el sentido del ayuno y la renuncia que estamos llamados a vivir. Hoy quisiera compartir con ustedes una breve reflexión al respecto, desde mi propia experiencia.



Detenerse


Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo.

Cuando pensamos en el ayuno ordinariamente pensamos en no comer, lo cual está muy bien. Ayunar es precisamente eso: abstenernos total o parcialmente de ingerir alimentos. Últimamente también lo hemos ligado con abstenernos de otro tipo de cosas que también nos gustan, hablamos incluso de "ayuno de redes sociales". Todo esto está muy bien, el ayuno nos ayuda a educar nuestra voluntad, y la voluntad también debe purificarse para aprender a amar.


¿Qué te parece si pensamos en otro tipo ayuno? ¿Qué pensarías si te digo que "detenernos" también es ayunar? El Papa Francisco nos invita a entender que "actuar es también detenerse". En un tiempo como el nuestro detenernos es uno de los retos más grandes, para muchos un sacrificio inaceptable. Detenerse implica dejar de lado mi propio ritmo, renunciar a mis tiempos y proyectos, nos abre a la confianza y nos permite olvidarnos de nosotros mismos. Hoy más que nunca debemos ayunar de nuestras prisas para poder vivir la vida, valorar al hermano y descubrir la presencia de Dios en nuestra vida.


Detenernos implica sacrificar mi éxito para poder prestar atención a la vida que me circunda, al hermano que me acompaña, al corazón que late en mi interior. No podemos vivir auténticamente si no nos detenemos. Hoy te invitaría, con mucha caridad, a que ayunes de tu prisas y te detengas. Dejes de lado eso que parece impostergable y te abras al amor, te dejes abrazar por la vida que se te entrega de manera gratuita en la Cruz. Es ahí, en la cruz, ,donde el tiempo se detiene y todo cobra sentido.



Apertura y vaciamiento


Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse.

Ahí todo cobra sentido: el ayuno, como la limosna o la oración, no tienen su fin en mí, siempre me abren a algo más grande: el compartir. El ayuno que me hace detenerme me abre el corazón y me permite experimentar el amor auténtico. Este amor es el que me libera, pero no puedo ser liberado si no me detengo para tomar conciencia de mi condición de esclavo.


Detenerse te hace pensar, abrir los brazos, buscar... El corazón se atrofia cuando se queda sin espacio para amar. Se esclaviza cuando se hunde en la búsqueda incansable del éxito. La vida es más. La vida es vida cuando se "desperdicia" amando, cuando se "pierde" el tiempo esperando: esperando al hermano que ha quedado atrás, esperando a que mis heridas sanen, esperando a que Dios diga una palabra, esperando a que la flor brote y el sol se ponga...



Hermanos que se esperan

La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

Ayunar de nosotros mismos nos lleva a alimentarnos de la fraternidad. No podemos caminar solos, si nos detenemos es para tomar consciencia de la compañía que nos sostiene: miradas cómplices, sonrisas amigables, abrazos acogedores, caricias reconfortantes, palabras esperanzadoras, lágrimas compartidas. Todo eso es lo que da sentido a nuestra pausa, a nuestro ayuno: vivir juntos, ser hermanos.


Hoy escribo esta reflexión desde la parroquia de Paquera, un pueblo costero del Pacífico de Costa Rica en donde me encuentro de misión durante la Semana Santa. Detenerme, salir de mí, encontrarme con hermanos y amigos ha sido la clave para comprender el ayuno que Dios quiere de mí: ayunar de mí, para ser hermano. Detenerme para aprender a amar y escuchar a Dios.


Que Dios te regale a ti también en esta Semana Santa este don: poder detenerte para aprender a amar.

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