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Cuerpo y Sangre de Cristo poder y grandeza en lo secreto

Celebramos hoy la solemnidad del Corpus Christi, una oportunidad para recordar que Cristo se encarnó para quedarse siempre con nosotros. 


Quedarse ¿para qué?


Si miramos la Encarnación desde su origen, encontramos a un Dios hecho Niño, que asumió toda nuestra humanidad para redimirnos, analizando su condición, llama la atención que su principal característica sea la pequeñez y la debilidad, así nació, su muerte también ocurre bajo la misma característica de debilidad, en una cruz condenado y en condiciones de indefensión. No conforme con su gran muestra de amor, quiso perpetuar su presencia entre los hombres bajo las formas del pan y vino, que consagrados se transforman en su cuerpo y sangre; así garantizó para todas las generaciones futuras su compañía y mucho más; pero vemos nuevamente que Cristo asumió una condición de pequeñez y hasta de ocultamiento.


Ante un mundo de poder, opresión, guerra, fama… ¿Qué representa para la humanidad el cuerpo y la sangre de Cristo ocultos en una hostia consagrada?


Ver a Jesús en una custodia, en el Santísimo Sacramento, así lo reconocemos quienes vivimos la fe. Más allá de una devoción visual, se trata de lo que genera en la vida interior de quien le reconoce, y los frutos que se dan en su entorno.


Justamente lo que ocurre en el creyente al entrar en relación con Jesús Eucaristía, es lo que le da sentido a su presencia sacramental. Es un pedazo de pan, una hostia pequeña, de peso liviano, con o sin figura alguna, una especie tan sencilla pero inabarcable, misteriosa y poderosa a la vez.



Desear el encuentro íntimo con el Amado


Hablemos de la relación del creyente con Jesús Eucaristía: su contacto físico es recibirlo sacramentalmente en la comunión, mirarle en la custodia, quizá tocarlo. Para que cualquiera de estos contactos ocurra existe un preámbulo, como en toda relación amorosa. Benedicto XVI dijo en la homilía de esta misma solemnidad en 2012 que:


“Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, lleno de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial”. 

La relación con Jesús Eucaristía se construye, es verdad que muchas veces una persona por una necesidad se acerca y ofrece una oración, no necesariamente cultivando o interesado en construir dicha relación, su objetivo es obtener un favor, en este caso puede ser un acercamiento superficial. La comunión no será plena, ya que está ausente de reciprocidad. Sin embargo, un repetido acercamiento puede comenzar generando una atracción y posteriormente un enamoramiento con frutos de transformación.


Tal como lo expresó el Papa Benedicto XVI, con Jesús también se vive un proceso de relación a través del conocimiento, la cercanía, la escucha, el diálogo sincero, poco a poco se hace amistad con Jesús y el culmen de dicha relación es la comunión. Dos personas que se aman aprenden a comunicarse con un lenguaje superior a las palabras, la mirada, el silencio, la presencia es suficiente para comprenderse. Santa Teresita es testigo de ello:

“Muchas veces, sólo el silencio es capaz de expresar mi oración, pero el huésped divino del sagrario lo comprende todo (Cta 138). En su presencia no necesita pedir nada ni sentir nada, sencillamente ofrece de manera gratuita su propio tiempo y su propia vida.



Si comparamos esta comunicación de amor donde las personas se comprenden sin necesidad de palabras, caemos en la cuenta de que se trata de una relación de absoluta confianza, cuando hay confianza, no hay lugar para el miedo y la angustia, por el contrario, la presencia del otro serena, descansa, alegra y fortalece, mayormente sucede en la comunicación con Jesús Sacramentado, él no es un símbolo, es una persona real que entra en relación con nosotros bajo estas mismas circunstancias, de ahí se explican los efectos en la vida del creyente que le contempla y le adora:


Por eso harta misericordia nos hace cuando quiere Su Majestad que entendamos que es Él el que está en el santísimo Sacramento. Más solo quiere que le vean manifiestamente, y solo quiere comunicar sus grandezas y dar sus tesoros, a los que ve que le desean mucho, porque éstos son sus verdaderos amigos (Santa Teresa de Jesús CP 34,13).

Desearlo dice Teresa, buen punto para construir una relación sólida con Jesús, no basta solo con ofrecer una oración o comulgar en la eucaristía por costumbre, desafortunadamente se vuelve paisaje la práctica, es necesario desearlo; encontrarse con el otro después de anhelarlo trae más alegría y satisfacción que cuando el encuentro ocurre por costumbre o compromiso. Continúa diciendo Teresa:


“Pienso que si nos acercáramos al Santísimo Sacramento con gran fe y amor, que una vez bastaría para hacernos ricas, ¡Cuánto más tantas!, pero parece que nos acercamos a Él por cumplido y así nos luce tan poco. ¡Oh miserable mundo, que así tienes tapados los ojos de los que viven en tí, para que no vean los tesoros con que podrían granjear riquezas perpetuas! (Mdt  C 3,9)".


Ahora bien, ¿qué efectos ocurren en las personas que desean y construyen en su día a día una relación con Jesús desde el amor y como consecuencia acuden a su encuentro como expresión de la comunión deseada?

El deseo por Jesús comienza en el interior de la persona, se manifiesta en el acto de recibir la comunión, en la oración y genera en sí un espíritu de adoración, dice Benedicto XVI (2012), que “comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas”. En la contemplación se reconoce la presencia real de Jesús que habita en el corazón de quien lo recibe, el acto de consumirlo sacramentalmente es a razón de que Jesús se hizo alimento, su poder radica en la capacidad de sustentar al alma dándole fortaleza, luz, paz, sanación, don de perdonar, alegría, etc. El pedacito de pan sencillo bajo el que se esconde Jesús, es alimento poderoso que transforma el interior de quien lo consume.


Poder y grandeza escondidos en un pan


Alimentada el alma de Jesús mismo, necesita prolongar su consciencia del alimento recibido, por ello Jesús Sacramentado es la posibilidad de contemplarlo, para adorarle, agradecerle y comprometerse.  La presencia eucarística es la manifestación de su presencia perpetua en la vida de la Iglesia y su poder en el mundo, ocurren milagros en el corazón de las personas, pero a su vez éstos se extienden al mundo, quien es tocado y transformado por el pan de vida debe sentirse inclinado a vivir los valores del Evangelio en su entorno, los cuales se sintetizan en la práctica de la misericordia, la justicia, la búsqueda de la paz, la defensa de la vida, el trabajo por los pobres, el desarrollo de la virtud en todos los ámbitos de su existencia.


Vemos pues que el poder de Jesús Sacramentado es entrar en el corazón de cada persona que lo recibe, transformarla y desde ahí permear al mundo, se trata de un poder que opera en el silencio, en lo secreto como lo dice la parábola de la semilla de mostaza:


“El reino de los cielos se parece a una semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Es más pequeña que las demás semillas; pero, cuando crece es más alta que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen las aves del cielo y anidan en sus ramas”. (Mt 13,31).


El poder de Jesús en la hostia consagrada no es imponerse desde el dominio, la riqueza y la fama, sino recrear los diferentes escenarios de la vida en el proyecto original del paraíso, para que el mundo construya relaciones de armonía y aprenda a tener una mejor convivencia, donde se garantice para todos unas condiciones de vida digna, robusteciendo el árbol de la vida que es el mismo Cristo; esto es lo que representa para la humanidad el Cuerpo y la Sangre de Cristo oculto en la hostia consagrada; por ello tiene sentido la procesión que se realiza en esta solemnidad, el mundo necesita dejar que Jesús camine entre nosotros para que su presencia nos restaure. Juan de la Cruz en el Cántico Espiritual nos recuerda este poder secreto de la presencia del Amado:


 Mil gracias derramando,


pasó por estos sotos con presura,


y yéndolos mirando,


con sola su figura


vestidos los dejó de hermosura.


Vivamos esta solemnidad con espíritu de adoración, deseemos construir una sólida relación con Jesús, cultivemos nuestra amistad con Él, y dejemos que pase por nuestra vida derramando sus gracias, revistiéndonos de su hermosura, seamos dóciles a su toque transformador y aceptemos con alegría ser instrumentos de su reino en el entorno donde nos movemos.


Referencias


  • Benedicto XVI. (2012). Homilía Solemnidad del Corpus Christi. Roma.


  • Schökel, L. (2014). Biblia del Peregrino América Latina. Ed. Mensajero.


  • Teresa de Jesús. Obras Completas. Dieciocho edición. Ed. Monte Carmelo


  • Teresa de Lisieux. Historia de un Alma. Quinta edición. Ed. Monte Carmelo.




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