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Vivo y viviré por la Iglesia


Hoy más que nunca, la figura de la Iglesia se encuentra violentada, incomprendida, criticada, atacada, burlada y odiada por una sociedad en la que ni siquiera cabe Dios, al que se intenta callar o eliminar. Estas posiciones negativas en relación con la Iglesia se vuelven más lamentables cuando nacen del seno de ella misma, de sus hijos que en ciertos casos bien podrían justificarse por experiencias vividas en torno a la Iglesia-jerárquica o directamente con sus miembros, en especial los ministros ordenados, religiosas, religiosos que ejercen su misión de una forma más visible.


Hoy la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un “museo” donde la novedad no tiene lugar y solo acumulamos las memorias del pasado. Nos encontramos en medio de procesos sinodales que buscan dar un giro y aires nuevos al entorno eclesial para ser casa abierta de acogida y misericordia para todos. Deberías, en este contexto, preguntarnos si sabemos realmente qué es la Iglesia o mejor dicho sabemos ¿quién es la Iglesia?


La España del siglo XIX vivía realidades semejantes a las nuestras y en medio de incertidumbre, miedo y violencia surge un hombre: Francisco Palau y Quer, enamorado y buscador incansable que hizo de la Iglesia su “cosa amada”, “el objeto de su amor”, ¿es posible llegar a enamorarse de ella? ¿será que Francisco podría ayudarnos a esclarecer nuestra idea de la Iglesia o a comprenderla de una mejor forma para llegarla a amar si aún no lo hacemos o no la comprendemos? Detengámonos en su vida y su mensaje para comprender cómo este hombre “vivió y murió por la Iglesia”


1. ¿Quién fue Francisco Palau?


La vida y obra de este beato catalán está llena de contrastes: Carmelita Descalzo, sacerdote, fundador, escritor, periodista, catequista, misionero itinerante y exorcista siempre atento a las inspiraciones del Espíritu en su caminar. Vino al mundo el 29 de diciembre de 1811 en Aytona, Lérida, en el seno de un hogar sencillo y de numerosos hijos, atendiendo a los deseos que el Señor infundía en su corazón decide entrar al Seminario diocesano de Lérida en 1828, no satisfecho y siempre en búsqueda constante decide ingresar al noviciado de los Carmelitas Descalzos en Barcelona, donde realiza su profesión religiosa en 1833. La alegría en el Carmelo no durará mucho, ya que dos años más tarde como consecuencia del anticlericalismo que trajo consigo la Revolución Carlista, su convento es incendiado y es exclaustrado al suprimirse las órdenes religiosas.


En el contexto de la exclaustración es ordenado sacerdote en Barbastro el 2 de abril de 1836. Las dificultades en España hacen que viaje a Francia donde ejerce un ministerio apostólico con grandes frutos, es ahí donde entra en contacto con Juana Gratias, fiel colaboradora en su obra fundacional. Regresa a España definitivamente en 1851 y funda la “Escuela de la Virtud” que era una obra catequética para laicos, la misma será clausurada en medio de calumnias e injusticias y confinado en Ibiza donde ejerce una gran obra apostólica. Funda su familia religiosa alrededor de 1860 y finalmente entrega su alma a Dios el 20 de marzo de 1872.


2. Pasión por la Iglesia


El rasgo más sobresaliente de la doctrina de Francisco Palau radica en su experiencia con la Iglesia y en la compresión y expresión de este misterio. Él mismo en sus escritos, de manera especial en “Mis Relaciones” que no es otra cosa que su diario espiritual en el que pone por escrito su relación con la Iglesia con gran variedad de símbolos, alegorías y personajes bíblicos que asemeja el estilo del Cantar del los Cantares, del Apocalipsis y de otras fuentes sagradas que serán su inspiración, nos cuenta que “Dios al criar mi corazón, sopló en él, y su soplo fue una ley que le impuso, y esa ley me dice ‘amarás’. Mi corazón fue fabricado por la mano de Dios para amar y ser amado, y sólo vive de amor” (Mis Relaciones 22, 13) se puede evidenciar que el amor fue la ley bajo la que vivió Francisco desde su niñez como lo dirá también “hasta la edad de siete años yo no conocí qué cosa era amar” (Mis Relaciones 10, 14).


Pero, ¿qué amaba Francisco? Él mismo no comprendía con claridad cuál era el objeto de su amor, hombre de profunda oración, pero inquieto y andariego como Teresa de Jesús va descubriendo en ese modo de vida que el amor a Dios a quien encontraba cercano en la oración y quien le sostenía en su obra no estaba completo sin amar también con la misma pasión a sus hermanos: sus prójimos. Había comprendido y hecho vida el mandamiento de Jesús, había encontrado su objeto de amor, había ya comprendido que esa unión de Dios y los prójimos era su “cosa amada”, había descubierto que esto es la Iglesia y que esta unidad inseparable de Dios y los prójimos era quien encendió las llamas del amor en su corazón y lo hacía vibrar en su celo apostólico.


Si bien no hay novedad alguna en esos descubrimientos, la originalidad de la eclesialidad palautiana radica en la manera en que el beato asimiló y asumió este misterio como la clave de su vida. Se siente padre y esposo de la Iglesia, Dios se la ha entregado para amarla, cuidarla, servirla, a desgastarse por ella, a lanzarse al peligro por su causa, a darla a conocer y hacerla amar de todos, él mismo proclama que este es su ideal: “mi misión se reduce a anunciar a los pueblos que tú eres infinitamente bella y amable y a predicarles que te amen. Amor a Dios, amor a los prójimos: éste es el objeto de mi misión” (Mis Relaciones 12, 2)


3. Marta y María unidas


Comprendido ya el misterio de la Iglesia como la unión de Dios y los prójimos, hace ver a Francisco que la mejor manera de servir a su Amada es en el servicio a los prójimos, pero siempre bajo una intensa vida orante y trato de amistad con Dios, esto dará forma a su carisma, a aquella novedad que el Espíritu le inspiraba y que hará patente en su obra fundacional. Como dirá a Juana Gratias, primera de sus hijas y heredera de su carisma, Marta (servicio) y María (contemplación) como buenas hermanas han de vivir y caminar juntas, se inspira en esta escena evangélica para hacer comprender su mensaje de unidad entre la vida orante y contemplativa y la vida apostólica, lo que dará inicio a su obra: el Carmelo Misionero.


Francisco se siente hijo del Carmelo, hijo de Teresa y de la familia de Elías por eso, aunque exclaustrado, se siente y vive a plenitud su vocación carmelitana. Por esta razón no concibe su obra fuera de su familia religiosa por eso declara que “es voluntad de Dios formar una sociedad que reúna la perfección de la regla de San Alberto, reformada por la santa madre Teresa de Jesús y que una a la perfección de la vida contemplativa, la acción apostólica” (cfr. Carta 92, 2)


Hace entender que el servicio a la Iglesia se plasma en el apostolado y servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados, a los miembros más llagados de su cuerpo donde ve a Dios. Él mismo es vivo ejemplo cuando recorre caminos predicando, en sus misiones populares, en la dedicación para que sus hijos también socorrieran al pobre, en su ministerio de exorcistado que no era otra cosa que liberar a los oprimidos, luchando contra el mal manifestado de diversas formas en su época. Marta y María juntas amando la Iglesia, “tomando su vuelo hacia los prójimos sin dejar a Dios” (Carta 89, 4)


4. Su mensaje hoy


¿Podemos decir que es novedad para la Iglesia de hoy? En un momento de crisis dentro y fuera del entorno eclesial, la experiencia palautiana puede ser luz para comprender verdaderamente el misterio de la Iglesia. Comprender que la Iglesia es Dios y los prójimos bajo Cristo su cabeza nos hace saber que no estamos ante una institución anticuada que se desmorona, estamos ante un cuerpo vivo que habla, oye, ve y camina al que debemos amar y servir, estamos ante Dios mismo que se hace patente en los hermanos y especialmente en el pobre y oprimido a quien debemos llevar el mensaje liberador y misericordioso de Jesús, estamos ante un cuerpo vivificado por el Espíritu Santo y que se refleja en la Virgen María como en un espejo, como tipo perfecto y acabado de este cuerpo.


Francisco nos interpela y nos pregunta si verdaderamente nos sentimos piedras vivas y miembros de este cuerpo o si simplemente somos parte de quienes son indiferentes ante esta realidad, ¿van unidas Marta y María en nuestra vida? ¿Demostramos amor a Dios en nuestro servicio al prójimo como el “objeto de nuestra misión? ¿Al mismo Dios que habita en nuestro castillo interior, en el templo de nuestra alma y que encontramos en la oración, podemos verlo en la acción con el que sufre, en el que clama a nosotros?


La actualidad del mensaje de Francisco Palau puede ser el comienzo de una visión que nos haga sentirnos parte de esa Iglesia viva, que sea nuestra “cosa amada”, que sea quien robe nuestro corazón al entender su verdadera esencia, de esta forma iremos al servicio de aquellos que lo necesitan, curaremos sus llagas, la defenderemos y podremos decir como el beato: “Tú sabes que si vivo, vivo por ti y para ti”



Fabricio Álvarez, cms

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