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AMOR CRUCIFICADO, AMOR RESUCITADO, CULMEN DE LA DIVINA MISERICORDIA

Pascua es la nueva vida dada a la humanidad por el Padre en la resurrección de su Hijo Jesucristo, si desde el principio los hombres viven por misericordia, en este nuevo comienzo la vida de cada ser humano se recrea por misericordia divina.


"De acuerdo a la justicia descrita en los relatos del Paraíso y la caída en Génesis (caps. 2 y 3), los hombres deberían haber muerto para siempre, más aún, con la injusta condena a Cristo sometido al suplicio de la cruz". (Pikaza, 2008). Pero en la disposición del corazón del Padre, la misericordia es la prenda de la vida, así pues, podemos orar una vez más, haciendo nuestras las palabras de Zacarías: “por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos ha visitado el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. (Lc 1, 78-79).


La oración de María, el magníficat nos ayuda a reflexionar sobre cómo vivir hoy la divina misericordia, pues ella en sus palabras alabó la misericordia en todo tiempo y lugar:


Misericordia es alegría del alma

Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador. (Lc 1,47)


Misericordia es motivo de alegría para el alma, por la grandeza del Señor en la historia, no solo colectiva, sino de manera especial en la historia personal y en la transformación que, por el misterio de la resurrección, ocurre al interior de cada creyente abierto a la gracia divina de la nueva vida en Cristo. María alabó la grandeza del Señor y su espíritu se alegró en Dios su salvador, de esta misma alabanza nos apropiamos hoy, al reconocer la gran hazaña del Padre al resucitar a su Hijo, al mismo que dejó padecer por nuestra salvación. Nos resulta oportuno hacer eco de las palabras del Papa Francisco en su carta Apostólica Misericordia et misera (20 de noviembre de 2016):


 “Qué significativas son, también para nosotros, las antiguas palabras que guiaban a los primeros cristianos: «Revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza [...] Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría»(Pastor de Hermas)[2]. Experimentar la misericordia produce alegría. No permitamos que las aflicciones y preocupaciones nos la quiten; que permanezca bien arraigada en nuestro corazón y nos ayude a mirar siempre con serenidad la vida cotidiana”.


El amor crucificado es la grandeza del Hijo, el amor resucitado la grandeza del Padre y el misterio de la salvación dado a la humanidad es el culmen de la misericordia.



En medio del duelo que vivimos como Iglesia, por la Pascua de nuestro querido Papa Francisco, también debemos alegrarnos en la misericordia que nos ha hecho Dios en nuestra historia y particularmente agradecer por la misericordia que nos hizo tan generosamente con el pontificado de Francisco, que, entre tantas cosas, nos concedió vivir un año dedicado a la misericordia.


Su grandeza en mi pequeñez

porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava”. (Lc 1, 48)


El amor crucificado es la mirada de Dios hacia la pequeñez del hombre, incapaz de surgir por él mismo, Santa Teresita del Niño Jesús lo confirma:


Lo que le agrada a Dios en mi pobre alma es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. (carta 197 a Sor María del Sagrado Corazón, 1896).


La misericordia es la justicia divina que nos ha liberado, así lo expresa San Pablo: "Ustedes eran esclavos del pecado; pero gracias a Dios se han sometido de corazón a la doctrina de la fe que han recibido; y libres del pecado; se hicieron esclavos de la justicia. (Rom 6,18). Pero ahora, libres ya del pecado y esclavos de Dios, dáis frutos de santidad, cuyo fin es la vida eterna. (Rom 6, 22)".


Los cristianos son esclavos de la justicia aplicando la ley del Espíritu, cuyo criterio es la preocupación por el hermano, esto es posible solo por la capacidad que Dios otorga al creyente mediante su Espíritu, de esta manera, nosotros ofrecemos nuestra pobreza y pequeñez para que él sea grande en nosotros.


Misericordia con futuro, para todas las generaciones

“Desde ahora, todas las generaciones me llamarán bienaventurada… Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen”. (Lc 1, 49-50).


Actualmente algunas personas ciegas al amor generoso del Padre todavía condenan a los demás por sus errores, limitaciones y fracasos, no obstante, la verdad es el amor resucitado que se ha convertido en la esperanza de esos pequeños, es decir, de nosotros, que ahora como cristianos somos bienaventurados por todas las generaciones, porque la misericordia en su entrega absoluta aseguró nuestro futuro, una nueva vida recreada y eterna.




"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados. (1 Jn 4, 9-10)".


Misericordia es la razón de la permanencia de la Iglesia durante siglos, María la Madre de la misericordia abrió el camino, con su obediencia al proyecto de Dios, la bienaventurada, por su Hijo Jesús se convirtió en Madre de la Iglesia, es decir la Madre de la vida eterna, que enseña a sus hijos la obediencia a la voluntad divina, comprendiendo que, a ejemplo de Jesús, la obediencia es el camino hacia la vida eterna. El pecado no tiene la última palabra sobre el destino humano, aquí se rompe el paradigma fruto de una mala interpretación de los textos de Éxodo 34, 6-7; 20, 4, que dicen así:


Yahvé pasó por delante de él y exclamó: Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la culpa de los padres en los hijos y en los nietos hasta la tercera y cuarta generación.


“Esta idea proviene de un antiguo principio de solidaridad en el pecado y la virtud, antes del exilio los individuos se consideraban parte de una colectividad y por eso sus actos tienen resonancia social, es decir que tanto la justicia como la misericordia se asumían de manera comunitaria, después del destierro de Babilonia con la desintegración de la comunidad nacional, la teología israelita gira en torno a una responsabilidad personal, en donde cada individuo asume las consecuencias de sus actos, sin involucrar a otros. Dt 24,16 lo constata en esta afirmación: no pagará el hijo por el padre, ni el padre por el hijo, y cada uno morirá por su pecado. (Colunga y García)”. Cabe recordar que una gran parte literaria del Pentateuco fue escrita en el contexto del exilio y postexilio, por lo que es coherente la evolución de la teología israelita.


Esta explicación nos ayuda a comprender que la aplicación de la justicia humana se atribuía a la justicia divina, es un fenómeno conocido con el nombre de antropomorfismo, cuyo significado es atribuir a Dios formas humanas de pensar y obrar. Sin embargo, en esta comprensión humana de la justicia divina, se puede entrever que se concebía a un Dios misericordioso, al mirar el balance entre mil generaciones y cuatro generaciones máximas según el texto de Éxodo, se deduce que la misericordia en Dios es ilimitada y siempre prevalece, es importante recordar que los números en la Biblia tienen un significado teológico, el punto medio entre 3 y 4 es 3.5, a su vez es la mitad de 7, número de la perfección y plenitud, por tanto la tercera y cuarta generación representan un tiempo limitado, mientras que el mil significa eternidad. De ese tamaño es la misericordia de Dios, su tiempo es eternidad.


Por mil generaciones está garantizada la misericordia divina, por siempre acontecerá, la misericordia tiene futuro.

Poder de la misericordia

“Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes”. (Lc 1,52)


“En este mundo, los que se toman como poderosos muestran su poder oprimiendo a los demás (cf. Sab 2,11). Por el contrario, Dios no es poderoso porque puede imponerse sobre todos los demás, sino porque renuncia a toda imposición, para perdonarles”. (Pikaza, 2008).


El amor crucificado es poderoso, bajo esa figura de debilidad y aparente derrota, Jesús sacó su carta magna y victoriosa para el hombre pecador al exclamar: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43) y a su generosidad se sumó el perdón para sus verdugos: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). En la cruz Jesús garantizó la resurrección del pecador arrepentido y la misericordia del Padre para quienes lo condenaron.


El amor crucificado es el poder de la misericordia que vence los poderes del mundo quebrantando la dureza del corazón. El amor resucitado levanta a los abatidos, devuelve la esperanza, acoge a los marginados y fortalece a los débiles.

Misericordia es plenitud y abundancia

“A los hambrientos los colma de bienes” (Lc 1,53)


El amor crucificado es el árbol que vuelve a plantar el paraíso de la vida en abundancia, para los que no tienen un sentido de vida, es la semilla de los nuevos pastos donde reposan las almas cansadas y atribuladas, el amor crucificado es el lugar donde emerge la fuente eterna del agua que quita toda sed para siempre: "Es la cruz el “árbol verde y deseado” de la Esposa, que a su sombra se ha sentado para gozar de su Amado, el Rey del cielo, y ella sola es el camino para el cielo". (Santa Teresa de Jesús).

De tal modo que el amor resucitado colma de vida nueva y eterna a la humanidad, en atención a su misericordia prometida desde los patriarcas.


Misericordia es fiel auxilio

“Auxilia a Israel su siervo acordándose de su misericordia como lo había anunciado a nuestros padres en favor de Abrahán y su linaje por los siglos”. (Lc 1, 54-55).


La única memoria que tiene Dios es su misericordia y ella es universal, porque Jesús, el amor crucificado “se abre a todos los hombres al poner la misericordia por encima de la ley, estableciéndola como principio de la transformación humana: Misericordia quiero y no sacrificios (Mt 9,13)”.  (Pikaza, 2008).


La misericordia es manifestación de la fidelidad del Padre con entrañas maternas, que siempre está presto a auxiliar a sus pequeños, “así como el Dios de los profetas consoló a los hombres: “Ved como dirijo hacia ella como río el bienestar; como caudal desbordante las riquezas de las naciones. Mamaréis acunados en los brazos, sobre las rodillas seréis acariciados. Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré”. (Is 66, 12-13). (Pikaza, 2008).


Santa Isabel de la Trinidad vivió y comprendió el amor maternal de Dios Padre:

¡Oh, que bueno ha sido el Señor conmigo!... Es como un abismo de amor en que me pierdo, esperando ir al cielo a cantar las misericordias del Señor… ¡Que bueno es abandonarle todo con confianza, y después, como el niñito en los brazos de su madre, reposar en su amor! (Carta 208).


También San Pablo nos presenta al Padre misericordioso y Dios de consolación:

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación! Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que se sienten atribulados, ofreciéndoles el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios. Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda nuestro consuelo por medio de Cristo. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para vuestro consuelo, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Nuestra esperanza respecto de vosotros se mantiene firme, pues sabemos que, del mismo modo que compartís nuestros sufrimientos, también seréis partícipes de nuestra consolación. (2 Cor 1,3-7).



Para San Pablo el Padre misericordioso es fiel en consolar a sus hijos en el sufrimiento, con lo que nos enseña que la misericordia además de aplicarse al hombre por sus pecados, también obra y de manera especial sobre cualquier sufrimiento que padecemos, en ello vemos a un Dios Padre que, desde el principio con los patriarcas ha obrado en favor de los hombres, a lo largo de la historia se ha revelado con entrañas compasivas, cumpliendo sus promesas; en Jesucristo se encarnó y por eso Jesús es la misericordia encarnada, San Juan de la Cruz afirma que “Jesús es la mano misericordiosa del Padre” (LB 2,16) y a partir de la resurrección la  esencia misericordiosa de Dios continúa por medio del Espíritu Santo, el Paráclito, el gran consolador. el auxilio fiel de la misericordia divina.


Conclusiones


  • La divina misericordia ha sido el principio de la historia de salvación, su origen es el corazón del Padre, su culmen es la entrega absoluta de su Hijo y su permanencia es la acción consoladora del Espíritu Santo que obra en todo tiempo y lugar.


  • La fiesta de la Divina Misericordia es la oportunidad para agradecer el acontecer salvífico de Dios en nuestra historia personal y comunitaria, es fiesta porque dicha redención trae alegría a nuestra alma y nos fortalece en la esperanza.


  • La celebración de este día también nos convoca como lo ha hecho la Iglesia en esta octava de Pascua, a devolver una memoria agradecida a Dios y a nuestro querido Papa Francisco por el tiempo y las obras realizadas en su pontificado, que marcaron para la humanidad huellas de misericordia y un gran compromiso de continuarlas.


Referencias


  • Colunga & García. (S.F). Biblia Comentada. Texto Nácar Colunga. Profesores de Salamanca.


  • Escuela Bíblica de Jerusalén. (2009). Biblia de Jerusalén. Cuarta Edición. Desclée De Brouwer.


  • Francisco. (2016). Carta Apostólica Misericordia et misera. Al concluir el jubileo extraordinario de la misericordia.


  • Isabel de la Trinidad. (SF). Obras Completas. Séptima Edición. Ed. Monte Carmelo.


  • Pikaza, X. (2008). Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra. Ed. Verbo Divino.


  • San Juan de la Cruz. Obras Completas. Ed. Monte Carmelo.


  • Teresa de Lisieux. (SF). Obras Completas. Quinta Edición. Ed. Monte Carmelo.





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