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Alguien te espera en la soledad



Agarró su celular y se atrevió a escribirle: “me siento sola”. Se percató del doble check. Colocó el celular sobre la mesa y prosiguió con su día. Cuando se alejaba de la mesa, sentía que el mensaje representaba algo malo, algo prohibido de compartir. Esa soledad a la que hacía referencia era el sentimiento que surge tras la percepción de no formar parte de nada ni de nadie, de que algo en el interior está vacío, aislado, sin sentido de pertenencia.


¿Cómo podemos asumir esta realidad que muchas veces se hace presente en nuestra vida? Partir de que somos seres habitados nos da una nueva perspectiva. Cualquiera podría decir que la soledad es para monjas, frailes o sacerdotes que hacen de su vida la oración, que están inmersos y alejados de la “realidad”. Ante esta idea, podemos recordar a una mujer judía llamada Etty Hillesum, quien falleció en Auschwitz.


Etty al ver la realidad de su tiempo y su historia, escribía en el año 1941: «Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo alcanzarla, pero con mayor frecuencia está cubierta por piedras y arena: entonces Dios está sepultado. Por tanto, hay que desenterrarlo de nuevo». ¿Cómo llegar a esto sin ser católico? Pues, no siendo indiferente a la vida que nos ha tocado vivir. Entendiendo por vida, la realidad, el tiempo, la historia que nos hace ser únicos. Y llevando esta realidad a lo profundo, a nuestra interioridad.


Pensando desde la fe y creyendo que somos seres habitados podemos leer en Teresa de los Andes, como si a nosotros nos fuera enviada estas palabras: “Contéstame si te has acordado de hacer de tu alma la casita de Dios. Te servirá mucho para hacer oración y pensar que Cristo también trabaja allí dentro, y que nosotros, con nuestros actos, le damos material para formar su imagen. Un cristiano debe ser otro Cristo; con cuánta más razón nosotras” (C 13). Estas palabras, inspiradas en la experiencia de Juanita (Teresa de los Andes) a través de los escritos de Isabel de la Trinidad, nos recuerdan que no estamos solos, que en nuestra alma podemos hacer esa “casita”, ese lugar “adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (M 1, 3), como diría Teresa de Jesús. Todo está en disponerse, en encontrarnos para encontrarle.


La soledad, ese sentimiento que se ha llevado a muchos, que destruye la vida de otros y que hace pasar malos ratos, nos roba de nuestro entendimiento la verdad de que no estamos solos, que dentro de nosotros podemos descubrir a ese Dios que tiene el rostro de Jesús y que es el único que puede saciar lo finito de nuestra alma.

 

¿Qué te impide entrar? Alguien te espera...


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