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Peregrinos de la Esperanza

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Un jubileo para vivir esperanzados

 

            Con la apertura de la puerta santa el Papa Francisco ha inaugurado, la víspera de Navidad, el Año Santo en el que somos invitados a vivir un jubileo que nos ayude a enfrentar con esperanza los retos personales, eclesiales y sociales.

El pueblo de Israel era convocado a celebrar el año jubilar cada cincuenta años: “El año cincuenta será declarado año sagrado, y ustedes anunciarán la libertad para todos los habitantes del país. Será para ustedes un año de jubileo…” (Lv 25,10), era un año de gracia en el que se les recordaba a los israelitas el don de la libertad que habían recibido de parte de Dios, lo cual implicaba, entre otras cosas, la liberación de las deudas que se habían adquirido. Los jubileos se celebran en la Iglesia desde año 1300 en diferentes intervalos, pero ha sido desde 1425 que se convocan cada 25 años, siendo los jubileos ordinarios. Podemos preguntarnos Por qué un jubileo sigue siendo buena noticia para nosotros hoy y por qué es necesaria la esperanza en el momento actual que atravesamos como humanidad.

           

  El miedo que nos paraliza

            En la carta que el Papa Francisco dirige a Mons. Rino Fisichella, encargado de la organización del jubileo, se señalan algunas dificultades que enfrentamos como humanidad, entre ellas están las secuelas que la pandemia nos ha dejado, también el cambio climático y sus consecuencias, los conflictos cada vez más agudizados entre algunas naciones, la migración forzada a partir de las guerras y la pobreza.

            Si bien estas circuncisas se nos plantean como problemas que urgen solución, no podemos enfrentarlos desde una visión apocalíptica, pesimista o alarmista que nos introduzca en la espiral del miedo que no nos deja ver el futuro con esperanza. El miedo nos paraliza y nos hace refugiarnos en lo que parece más seguro como la vuelta a lo tradicional, a lo de antes, porque todo tiempo pasado se considera mejor, haciendo difícil la acogida de nuevos caminos. También la parálisis en el que nos introduce el miedo puede expresarse como un rechazo a lo que es distinto o a las personas con una cultura distinta como es el rechazo a los extranjeros o migrantes.

El miedo roba la esperanza, donde hay miedo no hay libertad ni horizonte hacia el cual avanzar, lo mismo sucede con el pesimismo que nos ciega. En definitiva, el miedo nos hace encerrarnos en nosotros mismo con una actitud individualista que puede rayar en la indiferencia frente a los problemas de los otros.

Así, según el filósofo coreano Byung-Chul, la actitud frente a la vida es la de sobrevivir, vivimos desde el “sálvese quien pueda”, buscamos salvarnos a nosotros mismo sin implicarnos en la resolución de los problemas de nuestro mundo. Pero si solo sobrevivimos nuestra existencia no se realiza, corremos el riesgo de vivir una vida a medias o truncada.

Aquí es donde se hace necesaria la esperanza, pues como dice el mismo filósofo: “Sólo la esperanza nos permitirá recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir”[1]

Podemos preguntarnos cómo estamos asumiendo la vida con todos sus retos, ¿el estilo de vida que llevo es individualista o me dejo interpelar y me inquietan los problemas de nuestro mundo?, ¿qué miedos de cara al futuro experimento que me paralizan o me impiden implicarme más en la construcción social?




 

La esperanza que nos pone en camino

Dice san Pablo que en “esperanza hemos sido salvados” (Rm 8,24), en este sentido la salvación es una certeza en nuestra vida que nos hace avanzar hacia la plenitud que dicha salvación supone, y con esta esperanza podemos enfrentar cualquier situación.

Si vamos a la etimología de “esperanza”, nos encontramos con que su raíz es es “spe” que significa expandirse y el sufijo es “anza” relacionado con “confianza”. En el mismo sentido, san Isidoro de Sevilla dice que la esperanza se llama así porque es como los pies para andar y que lo contrario es la desesperación, es decir que faltan los pies y no hay facultad de andar. Por ello, a diferencia del miedo, la esperanza nos hace ir hacia adelante, podemos avanzar con confianza.

            Por otra parte, la esperanza supone un movimiento de búsqueda, al contrario del encerramiento en que nos sitúa el miedo, la virtud nos lanza hacia lo desconocido, hacia lo intransitado, hacia lo abierto, hacia lo que todavía no es, porque no se queda en lo conocido sino que nos deja abiertos a la novedad que el Espíritu Santo hace soplar donde quiere y como quiere. La esperanza es como una pasión que nos pone en salida:

 

“Tras de un amoroso lance

y no de esperanza falto

volé tan alto tan alto que

le di a la caza alcance.”

(San Juan de la Cruz, poesía 6)

 

            Así pues, la esperanza pone en camino hacia ese bien que deseamos como meta, así lo expresa también san Juan de la Cruz: “cuanto más espera el alma, tanto más alcanza” (3 Subida 7,2); y ello, en lugar de sobrevivir nos hace ser creativos y nos compromete a dar lo mejor de nosotros mismo para alcanzar esa plenitud. Por ello mismo enfrentar la vida de manera esperanzada nos va ayudando a encontrar el sentido de la vida, nos hace mirar un futuro prometedor, como una brújula que nos permite dar el paso más adecuado y tomar decisiones valientes, incluso asumiendo los riesgos necesarios porque la esperanza no ignora la adversidad o el sufrimiento inherente a la existencia, si no que nos da la fortaleza y audacia para enfrentarlos, sabiendo de que no estamos solos sino que Dios camina a nuestro lado, y reconociendo que para alcanzar la gloria, hay que asumir la cruz:

 

“Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rm 5,3-5).

 

En definitiva, esperar es confiar en Dios que es bueno y va tejiendo  una historia de salvación en la que nos invita implicarnos, a colaborar con él, por ello renovarnos en la esperanza es también reconocer los deseos que el mismo Espíritu Santo hace suscitar en nosotros, deseos de plenitud, de reconciliación, de coherencia, de un mundo más justo. Así lo experimentaba santa Teresita: sé que Jesús no puede desear para nosotros sufrimientos inútiles, y que no me inspiraría los deseos que experimento, si no quisiera colmarlos (Historia de un alma MA 84).


Ahora podemos comprender para qué necesitamos un jubileo que nos ayude a renovarnos en la esperanza y por qué es buena noticia para la humanidad.


¿Qué deseos está suscitando en mí el Espíritu Santo, hacia donde me está invitando a avanzar?, ¿es mi vida una vida esperanzada?, ¿experimento la fuerza de la esperanza en lo cotidiano de la vida?



 

El jubileo como oportunidad para comenzar de nuevo

          Un jubileo es para los creyentes y para toda persona de buena voluntad, una oportunidad de acoger el perdón y la misericordia de Dios que nos levanta y nos permite comenzar de nuevo, aprendiendo una nueva manera de relacionarnos con él, con el prójimo y la creación entera. Por ello también se le llama “Año Santo” porque fijamos nuestra mirada en la santidad de Dios que es capaz de transformar nuestra vida.


            En el jubileo se nos invita a vivir algunos ritos que expresan ese deseo de la vida nueva que surge del encuentro con Cristo:

 

  • Peregrinar: el primero es peregrinar hacia un lugar santo, generalmente la catedral o un santuario donde está la puerta santa, peregrinar es ponernos en camino, que es la actitud propia del cristiano, el discípulo está siempre en camino tras los pasos del Maestro, impulsado por el Espíritu Santo se deja motivar por él en lo cotidiano de la vida. Peregrinar además nos ayuda a tomar consciencia de que no caminamos solos, sino que somos sinodales, compañeros de camino de tantos hermanos y hermanas con quienes compartimos la misma fe y junto a quiénes somos Iglesia, pueblo que peregrina hacia la casa del Padre, pero también junto con toda la humanidad.

 

  • Cruzar la puerta santa: “yo soy la puerta” (Jn 10,9) dice Jesús, y quien entra por él experimenta su salvación. Pasar la puerta es pasar por Cristo, querer identificarnos con él asumiendo cada vez más en nosotros su propuesta de vida, el Evangelio.

 

  • La indulgencia plenaria: a través del sacramento de la reconciliación el cristiano expresa su deseo de conversión, poniendo a Dios en el centro de su vida, liberándose, gracias a la redención de nuestro Señor Jesucristo, del peso del pecado a la vez que se compromete a amar con justicia al prójimo. Así nos fortalecemos el camino de la santidad al que somos llamados.

 

  • Oración: una vida salvada por Dios se expresa también en la capacidad de relacionarnos con él. La oración nos permite crecer en amistad con Dios y abriéndonos a él permitimos que su amor transforme nuestra vida para dar frutos de santidad. La oración también se expresa en comunidad a través de diferentes momentos litúrgicos como las celebraciones penitenciales, la liturgia de las horas, y la oración por excelencia que es la Eucaristía.

 

Dispongamonos pues para vivir este año de gracia, pidamos al Espíritu Santo que nos ponga en camino y haga suscitar en nosotros la virtud de la esperanza, siendo testigos de que vale la pena seguir adelante con el deseo de un mundo según el proyecto de Dios. Contagiamos la esperanza que surge del encuentro con Cristo, como Andrés lo hizo con su hermano Pedro: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41), recordando que “todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido… porque Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! (Papa Francisco, Misa de Nochebuena 2024).


Fr. José Arteaga OCD

 



 

Referencias bibliográficas

 

Benedicto XVI, Carta encíclica Spe Salvi, sobre la esperanza cristiana (30/11/2007).

 

Han, Byung-Chul. El espíritu de la esperanza. Herder Editorial. Edición de Kindle.

 

 


[1] Han, Byung-Chul. El espíritu de la esperanza (p. 6). Herder Editorial. Edición de Kindle.

 

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