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Oremos a la Santísima Trinidad con Isabel de la Trinidad

Hermanos y hermanas, celebramos hoy como Iglesia el misterio de la Santísima Trinidad, “el misterio central de la fe y de la vida cristiana. El misterio de Dios en sí mismo” según nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 234).


Nos alegramos de confesar nuestra fe en un Dios que, aunque es uno no es un solitario, es una comunión, una comunión de amor: un Padre, que es el amante, un Hijo, que es el amado, y el Espíritu que es el amor. Creemos en un Dios cercano que quiere hacernos partícipes de esta dinámica de amor, esto nos ha dicho Jesús: “El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14, 23). Creemos en un Dios que quiere habitar en nosotros, para comunicarnos su vida y llevar a todos ese mensaje de nueva vida.


Los santos han sido hombres y mujeres que han vivido este misterio trinitario. Ellos, de una manera específica y muy concreta, se han dejado invadir por esta comunión de amor que es la Santísima Trinidad y han sido partícipes auténticos del amor, la misericordia y la gracia de este Dios uno y trino. Hay una santa carmelita, muy conocida por haber vivido también ella este misterio, que nos ha dejado una oración muy bella de alabanza, agradecimiento y súplica a estas Divinas Personas, ella es Santa Isabel de la Trinidad.

Oremos con algunos extractos de esta bella oración, su Elevación a la Santísima Trinidad profundizando un poco en este misterio tan grande y que Isabel nos ayude a orar a este Dios que es comunión de amor.


¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Vos. Dios ha tomado la iniciativa en nuestro camino cristiano: Él nos ha creado, nos ha salvado, nos ha llamado, nos sostiene cada día, nos da fuerza. Nosotros lo que debemos hacer es recibir. Dejemos a este Dios uno y trino hacer más en nosotros, dejemos que nos habite, que nos inunde. Establezcámonos en Él.


¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro corazón, quisiera cubriros de gloria; quisiera amaros… hasta morir de amor. Jesús el Hijo de Dios ha muerto por amor, Él ha destruido el pecado y la muerte y nos ha dado vida nueva. Pidamos a Cristo que sea Él mismo que nos llene de ese amor para que de esa manera nosotros también le amemos. Que hoy se renueven en nosotros estas palabras: “quisiera amaros”, y que, así como Él nos dio muestra del amor que nos tiene, también nosotros podamos mostrar ese amor que está en nosotros amando a nuestros hermanos más cercanos.


¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Venid a mí para que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo. Hemos recibido el Espíritu Santo en nuestros sacramentos de iniciación cristiana, la vida del Espíritu ya esta en nosotros. Pidamos entonces al Espíritu que nos haga fecundos, que nos de la gracia para amar, servir, confiar, creer, y esperar. Que el Espíritu Santo también nos fortalezca, nos impulse a ir adelante para que se realice en nosotros la obra de Jesús: el amor.


Y vos, oh Padre, proteged a vuestra pobre criatura, “cubridla con vuestra sombra”. Dios también siempre con nosotros, nunca estamos solos, Él nos acompaña. Aunque nosotros nos alejemos, Él siempre esta esperándonos con los brazos abiertos para recibirnos de nuevo. Confiemos en Él, creamos en su Palabra, abandonémonos en Él, reconozcámonos criaturas necesitadas de Él para que sea Él quien haga su obra en nosotros.


Finalmente, hermanos, renovemos hoy, de una manera especial, nuestra entrega a la Santísima Trinidad, esa que hicimos en nuestro Bautismo. Hoy, junto con Isabel de la Trinidad, digamos “sí” nuevamente a este Dios uno y trino que es amor. Que nuestra hermana con estas palabras nos ayude a esto: ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Vos como víctima. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.


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