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"NUESTRO REGALO" -ARTÍCULO-

“Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé, (24 de agosto de 1562) tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo Sacramento” Vida 36, 5


Exactamente 457 años atrás iniciaba propiamente el carisma carmelitano teresiano con aquel pequeño convento en la cuidad de Ávila, España. Un convento pequeño: una casa modesta, unas pocas mujeres, con temor, pero, sobre todo, con muchos deseos de vivir en pobreza, en auténtica fraternidad unas con otras, y fundamentalmente con el deseo de vivir íntimamente unidas a Dios fue lo que dio inicio a esta gran aventura del carisma teresiano. No hay duda que la fundación de San José de Ávila es motivo de alegría y de agradecimiento para nosotros, los carmelitas descalzos.


Nuestro regalo hoy es, entonces, el Carmelo Descalzo. Pero profundicemos un poco más, ¿en qué consiste ese regalo? Este es precisamente el objetivo de este pequeño escrito: ahondar un poco en lo que generosamente Dios nos dio aquel 24 de agosto de 1562. Y esto lo haré presentando de una manera sencilla unos principios claves del pensamiento y vivencia de Teresa de Jesús, madre y fundadora nuestra. Abramos pues, este regalo que Dios nos ha dado y que hoy, de una manera especial, nos vuelve a regalar.


El primer principio, y el que está a la base de todos, es la trascendencia de Dios. Él es distinto y superior a cualquier criatura. Sólo Él permanece, cuando lo demás pasa. Su amor y sus dones, ni son merecidos ni se pagan. Simplemente nos desbordan. Él puede transformarnos en un solo instante. Ella nos lo dirá de una manera expresa que “Todo se pasa, Dios no se muda” y también nos dirá: “Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias, no nos cansemos nosotros de recibir” (V 19, 15). Teresa de Jesús fue testigo de esto y ella invita a cada cristiano a descubrir en nuestra vida a este Dios trascendente, inmutable, amoroso, generoso y misericordioso. Si le buscamos seguro que le hallaremos, pues “Él es amigo de dar” (cf. CV 27, 4).


A la par de esta grandeza de Dios, se debe unir la conciencia de nuestra pequeñez, de la “verdad” de lo que somos, que es nada y miseria. Este es el segundo principio. No se trata de tener un concepto bajo y miserable de nosotros mismos, sino una serena aceptación de nuestra realidad frágil, “porque el Señor nunca falta ni queda por El; nosotros somos los faltos y miserables” (V 13, 6). Pero, con esa realidad, también tenemos unas posibilidades casi infinitas, porque el hombre lleva dentro a Dios. Dios habita en nuestra alma, en nuestro castillo interior como ella menciona: “No es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1 M 1, 1). Nuestra alma tiene una gran hermosura y capacidad.


El tercer principio está referido a la manera de poner en comunicación los dos mundos, el de Dios y el del hombre: es la oración. Teresa, al inicio de las Moradas nos dirá eso: “la puerta para entrar en este castillo es la oración y la consideración” (1 M 1, 7). La oración es un coloquio, un trato amistoso (cf. V 8, 5). Hemos sido llamados a la amistad con Dios, a ser “amigos fuertes de Dios” (V 15, 5), a unirnos a Él. Y esto se ha realizado de una manera plena con nuestro Señor Jesucristo.


Y una vez descubierta y disfrutada esta amistad con Dios, hay que pregonarla. Este es la esencia del cuarto principio. Es necesario proclamar admirados lo que Dios hace, su continua magnificencia. Teresa dice al inicio del Libro de la Vida: “Sea bendito por siempre, que tanto me esperó” (Pról. V, 2) y en efecto, su vida fue un continuo bendecir a Dios por todo lo que Él hizo en ella. Pero, unido a este proclamar su grandeza también va el provocar que otros busquen y encuentren a ese Dios para que se beneficien y contagien. En esto consiste el esmero por su gloria y el crecimiento de la Iglesia. Ella misma se considera un medio, y es muy clara en su pretensión: “Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto” (V 18, 8).


Estas ideas básicas a las que Teresa nos invita considero que realmente expresan el regalo que hoy se renueva para nosotros. Después de haber “abierto” este regalo no nos queda más que admirarnos, regocijarnos y dar gracias a Dios por su infinita generosidad. El carisma carmelitano teresiano es verdaderamente una riqueza para la Iglesia. Sintámonos gozosos por tener este tesoro y pidamos al Señor que nos dé lo que más necesitamos para vivir con intensidad este estilo de vida.



Que la presencia de María, reina y hermosura del Carmelo, de San José, de Teresa de Jesús, de Juan de la Cruz y de todos los santos del Carmelo nos siga animando e impulsando a responder al Señor desde este estilo de vida. Unámonos hoy a Teresa, para decir con toda propiedad y convicción en agradecimiento a este regalo: “Vuestra soy para vos nací, qué mandáis hacer de mí” (P 2).


Fray Hansel Fajardo ocd

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