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Transfiguración del Señor

Actualizado: 11 ago 2022

Nuestra Liturgia nos permite celebrar hoy la Transfiguración de Jesús, una fiesta de Gloria, luz y resplandor. Un encuentro de Comunión y de amor. Y un anuncio de la última etapa de la vida en la tierra de nuestro Salvador: su Pasión.

La Transfiguración es un misterio que prepara a los apóstoles en la comprensión de tanto dolor en su maestro y amigo.



AMBIENTE DE AMIGOS


Jesús invitó a tres de sus amigos, a un monte alto a orar; Pedro, Santiago y Juan, los tres, junto a TRES. Sí, porque en la Transfiguración está presente la Trinidad.

  1. El Padre detrás de la nube, permite a estos tres oír su voz, y ellos logran percibir la calidez y profundidad de esta frase: "Este es mi Hijo, el amado, escuchadle", como a los profetas que en este momento de teofanía están representados por Elias.

  2. El Hijo amado del Padre, amigo, maestro. El Dios encarnado que ha recorrido los pueblos de Israel predicando el Reino del amor. No hay amor más grande en nuestra existencia humana, que este amor-comunión entre el Padre y el Hijo. Y digo "nuestra", porque existimos, somos, nos ha creado humanos, hombres y mujeres, semejantes a su imagen. El Hijo hecho hombre, que en esta ocasión en el Tabor es transfigurado de lo humano a lo divino. Es esa Alma "que ningún sabio pintor, supiera con tal primor, tal imagen estampar" (Poesía: Alma, buscarte has en mí), y nosotros, semejante a la suya.

  3. ¿Y el Espíritu? La manifestación del Espíritu Santo en esta escena, está en la relación de amor entre el Padre y el Hijo. Amor oblativo que se hace entrega total; el Hijo desde el dolor en la Cruz, y el Padre desde su complasencia de amor en su Hijo. El amor eterno del Padre solamente puede satisfacerse en el Hijo que comparte su propia divinidad.



LOS LLEVÓ APARTE


Jesús, de entre doce amigos muy cercanos, eligió a tres; Pedro, Santiago y Juan, y los llevó aparte a un alto monte para orar. Allí, en soledad y silencio, condiciones que disponen al ser humano para el encuentro con Dios. Allí, en lo alto del monte, Dios se comunica con ellos. Sabemos que para Jesús, esto es lo usual, en su forma de relacionarse con el Padre, desde el principio y por toda la eternidad.

Recordemos que en el Génesis los autores sagrados, ponen en boca de Dios la frase: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". ¿Con quien habla? Pues, con su Hijo amado. Y Juan en el prólogo de su Evangelio, habla de una relación excepcional del Padre con su Hijo.

En el principio era el Verbo, y frente a Dios, el Verbo, y el Verbo era Dios. Él estaba frente a Dios al principio. Por Él se hizo todo y nada llegó a ser sin Él. Lo que llegó a ser tiene vida en Él, y para los hombres esta vida es la luz, La luz brilla en las tienieblas, y las tinieblas no pudieron vencer la luz.

Consideremos que la frase: "En el principio", para Dios no significa lo mismo que para nosotros sus hijos. Para nosotros puede significar, los comienzos del tiempo y del universo. Pero para Dios no corre el tiempo. "Dios era, es y será siempre en el principio. Y si queremos entender porque creó el mundo, debemos saber que en este principio que para Dios no pasa, Dios era como la fuerza incontenible y eterna del amor." (Comentario al prólogo del Evangelio de Juan)

Dios es y será siempre esa fuerza incontenible del amor. Y este día en el monte Tabor se hace comunicación indescriptible para los tres apóstoles que estaban allí.


LES MOSTRÓ SU GLORIA


Los apóstoles estaban invadidos por el sueño, podemos deducir que el hecho de la Transfiguración sucedió de noche, pero el impacto de ver a Jesús transfigurado, su ropa blanca y fulgurante, su rostro resplandeciente; todo impresión para Pedro, Santiago y Juan, tres hombres que pudieron ver su Gloria, que procedía del cuerpo humano de Jesús, signo de la Resurrección. Ellos se transforman en testigos privilegiados de la vida verdadera y eterna. "Fuimos testigos oculares de su grandeza", dice Pedro en su segunda carta a la Iglesia de Cristo, el apóstol no escribe inspirado por leyendas de fantasía, sino que lo hace desde su experiencia. "Esta es la voz venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con Él en el monte". ( 2 Pe. 1, 16-19)

Los apóstoles se reconocieron portadores de una gracia mayor que la de los profetas, y pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las profecías. Después de la muerte y resurrección de Jesús son ellos la palabra viviente que da ánimo a los creyentes en Cristo que sufren persecución hasta la muerte.



EN EL TABOR


El monte es el lugar de comunicación de Dios con el hombre, es necesario subir, elevar el alma a una realidad que nos trasciende. Moises subió al monte Sinaí para encontrarse con Dios, cuando bajó tenía en sus manos las dos tablas de las Declaraciones divinas donde estaban escritas las leyes de la Alianza. (Ex. 34, 29) Moisés tenía su cara radiante y debía cubrirla con un velo. Es un signo exterior que manifiesta la transformación de quienes han llegado a ese momento cúlmen de comunicación divina.

Moisés está también en el Tabor, junto al profeta Elias, y hablaban con Jesús de su partida en Jerusalén.

La ley del amor y las profecías que se cumplen, indicándonos a todos que Dios es el Señor de la vida y de la muerte. "Moisés y Elias son los protagonistas de un éxodo muy diferente en las circunstancias, aunque idéntico en su motivación: la fidelidad absoluta a Dios. Ellos son los interlocutores más autorizados para hablar con Jesús de su éxodo, que se habría de producir en Jerusalén". (Lectio Divina para cada día del año)


En otro monte, el Calvario, es consumado el misterio de nuestra salvación. Y Mateo habla del monte donde los once apóstoles han sido citados por Jesús, el llamado monte de la Ascensión en Galilea. (Mt 28, 16)


Nosotros, todos los miembros de la Orden de la Bienaventurada Virgen María, tenemos el monte Carmelo, donde el profeta Elias se retiraba a orar, y donde los primeros ermitaños, siguiendo su ejemplo, se reunían para celebrar y vivir juntos la fe en Dios. Todos estamos llamados a vivir en obsequio de Jesucristo, cada uno en el estado de vida que abrazó. La fiesta de la Transfiguración del Señor nos permite reflexionar sobre cómo lo estamos haciendo.


COMO EN BETANIA


Qué bien se está aquí, exclamó Pedro, y quiso hacer tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés, y otra para Elias. Nótese que también estaba allí él, Santiago y Juan. Pero no hacía falta más. El monte Tabor fue para estos tres discípulos la morada de Dios, un lugar de una belleza sublime, donde la "Presencia de Dios es todo".


¿Cómo podemos nosotros vivir una transfiguración cada día?

Hay una imagen que todos conocemos y que podríamos llamar "la casa de los amigos". Nosotras solemos cantar una canción que está inspirada en este texto del Evangelio. Es la casa de Betania, que se llena de perfume con la presencia de Jesús, el servicio de Marta, el amor de María que unge, el resurgimiento a la vida de Lázaro.

Betania para Jesús, alivia el cansancio, una dulce amistad en una casa entrañable, que sabe a cena y lumbre, en coloquios familiares. (Canción de Rufino Y Fidel)


Como en el Tabor, ambiente de amigos, donde en el silencio, el Maestro confidente su corazón nos descubre, y nadie se turbe a su lado, porque el Señor apaga todas nuestras inquietudes, con su mirada celeste, que de su faz se difunde.

"Haremos morada en él", ha dicho Jesús, y ese "él", eres tú, soy yo, somos todos los que nos dejamos amar por Él, desde la belleza de su Ser Dios.


Para vivir nuestra propia transfiguración debemos transformarnos cada día, debemos subir al monte de la perfección, debemos dejarnos hacer Morada de Dios. "Yo amo la belleza de su casa" rezamos en el salmo 25. Esa belleza es la que nos capacita para vivir la transfiguración. Cada día podemos transfigurarnos con Jesús, que nos reconcilia con el Padre, como rezamos en el rito penitencial de la Eucaristía. Este Jesús, el Hombre, que constantemente está preparándonos esa Morada, nos invita hoy a subir al Tabor, para que veamos su Gloria, el secreto del padre que se esconde tras la nube, pero tan evidente en el rostro del Hijo.



Jesús nos invita hoy a hacer de nuestros ambientes cotidianos, como una casa de Betania, que acoge, que sirve, unge y resurge. Que alivie el cansancio a otros, que cuando se extingan las luces, surjan las confidencias familiares o de amigos, donde en el centro solo esté el amor y el bien. Hagamos de nuestros días, a veces difíciles, resucitar esa hora de Betania, de reunión, donde los amigos se escuchan, y donde en comunión le escuchamos a Él, que nos quiere transfigurados.



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