Teresa de Los Andes: “Soy hija de María”
- Angela María Guzmán S.

- 9 jul
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“Desde los siete años, más o menos, nació en mi alma una devoción muy grande a mi Madre, la Santísima Virgen. Le confiaba todo lo que me pasaba y Ella me hablaba. Sentía su voz dentro de mí misma clara y distintamente. Ella me aconsejaba y me decía lo que debía hacer para ayudar a Nuestro Señor”. Así lo declara santa Teresa de Los Andes al padre Antonio María Falgueras, SJ, en la carta que le escribiera el 24 de abril de 1919 (Carta 87).
Para ese instante, han pasado 19 años de su vida y para la fecha en que redacta este testimonio de su relación con María, está casi a un mes de entrar al monasterio del Espíritu Santo de las carmelitas descalzas, en Chile.
Hay una fuerza y una madurez interior que le sobrepasa. Una experiencia de fe que eleva a su alma, pero que mantiene sus pasos anclados y firmes en el camino que ha sido trazado para ella en su vocación: sufrir y amar en esta tierra.
Que mejor maestra que la Santísima Virgen, aquella que le hablaba al corazón “y cuyo lenguaje de Madre era tan tierno…era de cielo, casi divino” (Diario 19).

Su devoción a María
Muchos de nosotros nos hemos acercado a la Virgen en el seno familiar o en el colegio, en tiempos de infancia o en la adolescencia. Otros, quizá, se fueron encontrando con Ella de paso por la vida porque así lo permitieron las circunstancias o la voluntad de Dios que es perfecta.
Para nuestra Teresita de Chile esta experiencia filial toma fuerza en su última visita a Chacabuco, gracias a una imagen de loza de la Virgen de Lourdes que le fue prometida por su tía Juanita si cedía a tomar un remedio. “Esta es la Virgen que jamás ha dejado de consolarme y de oírme” (Diario 5).
Pero su hermano Lucho también fue un pilar importante para que esta especial devoción se gestara y permaneciera en el corazón de Teresa hasta su muerte: “Todos los días Lucho me convidaba a rezar el rosario e hicimos la promesa de rezarlo toda la vida; la que he cumplido hasta ahora. Solo una vez, cuando estaba más chica, se me olvidó” (Diario 5).
Esa cercanía maternal, sumada a la necesidad de recibir a Cristo en la Eucaristía, la condujo en 1909 ha prepararse a consciencia para celebrar su Primera Comunión. Lo hizo de la mano de la Virgen y sin pretensión de fiesta y regalos. Su más grande anhelo era que su Madre le ayudara a limpiar su corazón de toda imperfección y poco a poco fue modificando su carácter, de niña malcriada y caprichosa, por completo. “A la Virgen la sentía cerca de mí (…) Mi devoción especial era la Virgen. Le contaba todo” (Diario 6). “Un día, yo -que tenía mucha pena por una cosa- le contaba a la Virgen y le rogué por la conversión de un pecador. Entonces me contestó Ella. Desde entonces, la Virgen, cuando la llamo, me habla” (Diario 7).
Era tal el amor por María que Teresa de Los Andes sentía la responsabilidad de imitarla en el ejercicio de sus virtudes y para imitar, con la radicalidad del discípulo de Cristo, hay que ponerse de frente a quien se ama, acogiendo como propio su ejemplo y las enseñanzas que se hacen tan palpables en el Evangelio.
Teresa tiene quince años cuando evoca a la Virgen como su espejo, pues se siente hija y reconoce el deber de parecerse a su Madre, con el firme deseo de asemejarse así a Jesús (Diario 15). Una edad en la que, para estos tiempos modernos, un cierto número de adolescentes toma de referencia a youtubers, influenciadores, cantantes, artistas, activistas. Podría decir, sin la intención de subestimar a nadie ni de señalar por preferencias particulares, que Juana, nombre de pila, atesoró las cosas del cielo, antes de las propuestas pasajeras que pudiera ofrecerle la sociedad. Ella tiene claro su compromiso bautismal y labra en esta tierra un camino fértil para su santidad. ¿Quién mejor que María para tomarla de la mano y guiarla por el sendero justo? (Salmo 23).
“¡Oh, Virgen, Madre mía, me habéis escuchado!, pero te pido más la perseverancia” (Diario 24). “Dame humildad, dame la verdadera sabiduría. No pasaré ningún día sin acordarme de la muerte y de la vanidad de las cosas humanas” (Diario 29). “¿De qué sirven un gran nombre, los aplausos, los honores, la adulación y estima de las criaturas? A la hora de la muerte, todo desaparece” (Diario 29).
Al respeto, la madre Vicaria le dio consejos muy bonitos y sabios que dejaron huella en su alma. Le pidió que se acordara que era hija de María, que la imitara, que fuera humilde, que soportara las humillaciones, que no se dejara llevar por las impresiones, que conservara la serenidad en el rostro a pesar de las contrariedades y penas (Diario 41).
Recordemos lo escrito por el papa Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Signum Magnum, que habla sobre el culto que ha de tributarse a María, madre de la Iglesia y modelo de virtudes:
“Consiguiente deber de todos los cristianos es imitar con ánimo reverente los ejemplos de bondad que les ha dejado su Madre celestial. Esta es, venerables hermanos, la otra verdad, sobre la cual nos place llamar vuestra atención y la de los fieles confiados a vuestra cura pastoral, para que ellos sigan dócilmente la exhortación de los Padres del Concilio Vaticano II: «Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un estéril y transitorio sentimentalismo, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos inclina a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes»”, a pesar de las contrariedades de la vida.

“Consoladora de los afligidos”
Cuántas veces nos hemos dirigido a la Virgen María con la Salve y hemos invocado su auxilio y consuelo con estas palabras: “A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”.
¿Acaso nuestro clamor de hijos no se ha elevado al corazón de la Virgen en tiempos de tristeza o dificultad? ¿Acaso a través de Juan Diego no nos dijo también a nosotros que no se turbara nuestro corazón, que aquí está Ella presente como nuestra Madre?
María lo entiende todo porque lo vivió todo: turbación, persecución, rechazo, soledad, una “espada que atravesó su alma” (Lc 2, 35), un dolor que se plantó firme al pie de la cruz.
Sin embargo, el sentido del sufrimiento, como lo escribe Britta Souvignier en su libro “La dignidad del cuerpo, salvación y sanación en Teresa de Jesús, no es un fin en sí mismo. La experiencia del sufrimiento es parte integrante de la existencia humana y recuerda con frecuencia la fragilidad de la vida”.
Teresa de Los Andes tuvo el sufrimiento como parte intrínseca de su propia historia de salvación y encontró en su “Madre querida, madre casi idolatrada (Diario 15), el refugio para “desahogar su corazón despedazado por el dolor” (Diario 15):
“No quiero que juntes sus pedazos, Madre de mi alma, sino que mane, que destile un poco de sangre. Me ahoga el dolor, Madre mía. Sufro, pero estoy feliz sufriendo. He quitado la Cruz a mi Jesús. El descansa. ¿Qué mayor felicidad para mí? Estoy sola Madre mía. Mi mamá se va hoy a Viña a ver [a] Ignacito y nosotras quedaremos aquí. ¿Hasta cuándo? No lo sé. Hasta que Jesús lo quiera ¿no te parece...? Sufro... y ya no puedo más. Sólo te pido que sanes a los enfermos. Tú sabes quiénes son. Tú, Madre, si quieres puedes hacerlo. Madre mía, muéstrate que eres mi Madre Oye el grito de mi alma pecadora arrepentida, que sufre y apura el cáliz del dolor hasta las heces; pero no importa. Me da pena, pero sólo quiero a Jesús. Quiero que Él sea el dueño de mi corazón. Dile que le amo y que le adoro. Dile que quiero sufrir, que quiero morir de amor y sufrimiento. Que no me importa el mundo, sino solamente Él. Sí, Madre. Estoy sola. Me uno a tu soledad. Consuélame, aliéntame, aconséjame, acompáñame y bendíceme” (Diario 15). “Madre mía, lirio entre espinas, enséñame el camino del Calvario” (Diario 17). “Madre mía, todo lo he puesto en vuestras manos” (Diario 32).
A la santa, siguiendo el pensamiento de Britta Souvignier sobre el sufrimiento, “no le interesa buscar la cruz, sino aceptar lo inevitable. Debe asumir la prueba, pero “reconoce que no le resulta fácil la aceptación de estas contrariedades, aunque moviliza para ello toda su voluntad. Por encima de todo está la obediencia a la voluntad de Dios”. Lo dijo Jesús a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24).
“¿Quién no se anima, al verte tan pura, tan tierna, tan compasiva, a descubrir sus íntimos tormentos? ¿Quién no te pide que seas estrella en este borrascoso mar? ¿Quién es el que no llora entre tus brazos sin que al punto reciba tus ósculos inmaculados de amor y de consuelo? Si es pecador, tus caricias lo enternecen. Si es tu fiel devoto, tu presencia solamente enciende la llama viva del amor divino. Si es pobre, Tú con tu mano poderosa lo socorres y le muestras la patria verdadera. Si es rico, lo sostienes con tu aliento contra los escollos de su vida agitadísima. Si es afligido, Tú, con tus miradas lagrimosas, le muestras la Cruz y en ella a tu divino Hijo. ¿Y quién no encuentra el bálsamo de sus penas al considerar los tormentos de Jesús y de María? El enfermo, por fin, halla en su seno maternal el agua de salud que deja brotar con su sonrisa encantadora, que lo hace sonreír de amor y de felicidad. Sí, María, eres la Madre del universo entero. Tu corazón está lleno de dulzura. A tus pies se postran con la misma confianza el sacerdote como la virgen para hallar entre tus brazos al Amor de tus entrañas. El rico como el pobre, para encontrar en tu corazón su cielo. El afligido como el dichoso, para encontrar en tu boca la sonrisa celestial. El enfermo como el sano, para encontrar en tus manos dulces caricias. Y por fin, el pecador como yo encuentra en Ti la Madre protectora que bajo tus plantas inmaculadas tienes quebrantada la cabeza del dragón; mientras que en tus ojos descubre la misericordia, el perdón y faro luminoso para no caer en las cenagosas aguas del pecado” (Diario 19).

“Todo con María”
Para el Carmelo, el mes de julio está dedicado a honrar a María, nuestra Madre y Hermana. Hay una preparación previa, pero va más allá de ritos, dinámicas devocionales y signos externos.
Así lo entiende Juanita y por esta razón no solo comienza a vivir este mes con entusiasmo, sino que también se propone a honrarla con sacrificios, especialmente los de la voluntad (Carta 16). Sin duda, la Virgen “puso en su alma el germen de la vocación” (Carta 73).
Ella dirá en algunas de sus cartas: “La Santísima Virgen ha querido perteneciera a esa Orden del Carmelo, pues fue la primera comunidad que le rindió homenaje y la honró. Ella nunca deja de favorecer a sus hijas carmelitas”. "También he considerado cómo la Santísima Virgen fue una perfecta carmelita. Su vida fue contemplar, sufrir y amar. Y todo esto en el silencio, en la soledad".
Pero si algo aprendió de María fue la obediencia, así como la tuvo Jesús a la voluntad del Padre: “obedecer sin replicar” (Carta 40). Dirá Teresa: “Dale la voluntad de tal manera que ya no puedas decir «quiero esto», sino lo que Él quiera” (Carta 40). “Ella me enseñó a amar a N. Señor” (Carta 73).
Expresaba el papa Francisco: “La Virgen nos hace ver a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús”.
Pidámosle a Ella, en este momento, y con intercesión de santa Teresa de Los Andes “que sea nuestra guía, que sea la estrella, el faro que luzca en medio de las tinieblas de nuestra vida. Que nos muestre el puerto donde has de desembarcar para llegar a la celestial Jerusalén” (Carta 40).



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