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Foto del escritorBriggite Avila

María Magdalena, un eco para la mujer en la Iglesia de hoy

A propósito de la fiesta que celebramos hoy en la Iglesia, ”Santa María Magdalena”, queremos reflexionar en base a su figura, sobre el papel de la mujer en la Iglesia actual.


Uno de los temas propuestos para la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se llevará a cabo en octubre de 2023, gira en torno a la mujer y una pregunta planteada para este Sínodo es esta:


¿Cómo puede la Iglesia de nuestro tiempo cumplir mejor su misión, mediante un mayor reconocimiento y promoción de la dignidad bautismal de las mujeres? (I.L. B 2.3).

En primer lugar, cabe recordar que a partir del año de la misericordia (2016), el Papa Francisco establece como fiesta litúrgica la celebración de Santa María Magdalena, para promover “una reflexión más profunda sobre la dignidad de las mujeres”.





De acuerdo al evangelio de este día, podemos ver que Jesús promovió la vocación de María Magdalena:


Juan 20, 1-2. 11-15

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.


Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».


Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.


Ellos le preguntan:

«Mujer, ¿por qué lloras?».


Ella les contesta:

«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».


Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.


Jesús le dice:

«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».


Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:

«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».


Según Secundino Castro, “María llora más bien porque creía que el cuerpo de Jesús había sido robado». Esto indica que no ha alcanzado la fe en Jesús, y al mismo tiempo el gran afecto que siente por él. (Castro, 2008)”.

En María hay un gran amor por Jesús, pero a la vez le falta fe para reconocer quién es realmente Él, puesto que su preocupación en la escena se centra en la ausencia del cuerpo de Jesús.

En la continuación de la escena, vemos que María confunde a Jesús con el hortelano; siguiendo el comentario de Castro, es curioso que le pregunte al hortelano o jardinero por el cuerpo de Jesús y no lo haga con los ángeles (testigos), probablemente para ella el autor del robo del cuerpo de Jesús sea el jardinero.

En el jardín del Paraíso que nos presenta el Génesis, el dueño del huerto es Dios mismo y en relación al evangelio de Juan, Dios es quien ha podido tomar el cuerpo de Jesús según la Magdalena: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”.

María está confundiendo a Jesús con Dios: es Jesús a quien ella vio como hortelano, “En ese caso, la Magdalena habría alcanzado la plenitud de la fe”. (Castro, 2008).


Continúa el evangelio:

Jesús le dice:

«¡María!».


Ella se vuelve y le dice:

«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!». (Juan 20, 16).


María reconoce a Jesús cuando él pronuncia su nombre. Claramente este suceso del evangelio ha sido asociado al texto del Cantar de los Cantares (Ct 5,2): ¡La voz de mi Amado que llama!

Ella había escuchado su voz antes: Mujer ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?, pero no le reconoció, su nombre en labios de Jesús el hortelano, en el dueño del Jardín cambia completamente el corazón de la Magdalena. Ahora es una mujer reconocida por el amor mismo, con identidad propia, con una historia singular, sin motivos para quedarse en la tristeza de la ausencia, es decir, es una mujer que no es carente de amor, su búsqueda tiene respuesta, ahora está en frente de la vida, de la plenitud, por eso no está sola, su sentido de vida está en ella y con ella, su Maestro, su Señor, su camino está justamente allí en su mirada.

La voz del Amado pronuncia no sólo su nombre, sino también su vida, su identidad, su historia transfigurada por el amor que es Jesús, su nuevo camino, su papel en la vida discipular, la voz del Amado dignifica a la Mujer.

Jesús le dice:

No me retengas, que todavía no he subido al Padre: Pero anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». (Juan 20,17)

Camina María, hacia tus hermanos, comunicáles la vida, reúne a la familia, todos somos hijos del mismo Padre. María Magdalena ahora no solo encontró al amor de su alma, sino que también descubre que tiene Padre, Uno que no abandona y por tanto ella es hija, hace parte de una familia.


La palabra dignidad tiene su origen en el término digno, el cual proviene del latín dignus, adjetivo que significa: Merecedor de algo, correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo, que tiene dignidad o se comporta con ella, de calidad aceptable. (Real academia de la Lengua Española).


Jesús hace a María merecedora de ser la primera apóstol de la resurrección, Santo Tomás de Aquino la llama “apóstol de los apóstoles”; el Maestro, ve en el amor de la Magdalena la razón para que a través de ella se acepte la Buena Noticia.


El amor tiene su orden, su tiempo y su lugar:


No me retengas, que todavía no he subido al Padre:

“Le ruega que le suelte, porque no ha llegado el momento final. Es el tiempo del noviazgo, no del matrimonio. La misión de la comunidad no ha concluido; empieza. Es la hora de la misión”. (Castro, 2008).

Es el tiempo del conocimiento del Maestro, la etapa para cultivar el alma, momento de fecundar la vida interior, la preparación para el momento culmen; en palabras de Santa Teresa camino para el matrimonio espiritual, (unión plena y definitiva con Dios).


María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:

«He visto al Señor y ha dicho esto». (Juan 20,18).


Voz y nombre para la mujer de la Iglesia de hoy


Con la voz se nombra, nombrar es dar un lugar, es reconocer a la persona, al mismo tiempo permitirle que se exprese y sea escuchada, es también una forma de hacerle reconocer, hacerle valer, desde allí podemos decir que Jesús dignificó la vida de María Magdalena: reconociéndola, la llamó por su nombre, y a una misión específica. Esto se realiza en María cuando ella llega a la plenitud de la fe.

De acuerdo a ello, podemos afirmar que el camino para que la mujer de la Iglesia actual sea dignificada es que ella llegue a la plenitud de la fe:

  • Escuchando la llamada de Jesús en su corazón

  • Reconociendo su identidad

  • Permitiendo que su historia sea transfigurada por el Amor

  • Haciéndose discípula.



El amor tiene un orden, un tiempo y un lugar, por tanto todo comienza con este proceso: ser llamados, reconocernos y dejarnos transformar.

La Iglesia es instrumento de este proceso cuando:

  • Llama a la mujer por su nombre.

  • Se permite escucharla

  • Aceptando su identidad, la reconoce como parte de la comunidad,

  • Suscitando procesos de transformación espiritual y humana para que su historia sea restaurada.

  • Valorando su participación en la evangelización, permitiendo que ella realice plenamente su bautismo en el desarrollo de la misión.

María fue enviada a anunciar la vida, la resurrección del Amado, la mujer es portadora de la vida, en la Iglesia ese es su papel, llevar la vida, anunciarla, es decir, anunciar a un Cristo vivo que se reconoce por la fe.

Llegar a la plenitud de la fe es el primer paso que debemos dar las mujeres para vivir dignamente el bautismo, la fe nos permite escuchar la voz del Amado pronunciando nuestro nombre, si abrimos la puerta del corazón sin temor, nuestra historia en Jesús el Amado será restaurada. Solo con un corazón sano y libre de ataduras, que a veces se manifiestan en un desequilibrio del ego, (es decir de la estima de sí mismo), es posible servir por vocación y con autenticidad.

A veces encontramos mujeres afanosas de ejercer un cargo para ser reconocidas, olvidando lo esencial, “reconocer que Jesús es Dios”, muchas están retraídas de la voz del Amado que llama, la misión es el fruto de la vocación, la vocación comienza con la llamada. Ocupar un cargo, asumir un título por deseo de poder o reconocimiento no es dignificar el bautismo, dignificar el bautismo es reconocer por la fe a Jesús como Dios y escuchar su voz para abrir la puerta del corazón, caminar hacia él y sobre todo hacia los hermanos, el servicio desinteresado que solo tiene como objetivo comunicar la vida es la verdadera dignidad.


La Iglesia como Madre de la fe, debe seguir generando espacios y oportunidades para que las mujeres, descubriendo con autenticidad su vocación dentro de la evangelización, puedan ejercerla solo con el propósito de servir a la Buena Nueva del Evangelio, comunicando la vida y dando testimonio, amando a Jesús, así como lo hizo la primer apóstol de la resurrección: María Magdalena.


Referencias


  • Castro. S. 2008. Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén. Desclée De Brouwer: BIlbao

  • XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Instrumentum Laboris. Para la Primera Sesión (Octubre 2023).





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