
“En la vida oculta y silenciosa se realiza la obra de la redención. En el diálogo silencioso del corazón con Dios se preparan las piedras vivas con las que va creciendo el Reino de Dios y se forjan los instrumentos selectos que promueven su construcción. La corriente mística que discurre a través de todos los siglos, no es ningún brazo perdido que se haya separado de la vida de oración de la iglesia, sino que es su vida más íntima”[1]
Es casi la medianoche. Estoy sentado, en silencio, escribiendo este ensayo; antes he terminado un trabajo, luego de realizar este escrito, continuaré con una infografía para otra materia, intento dormir seis horas como el papa Francisco, esta semana no lo lograré.
En la mañana voy alegremente al Centro Educativo El Carmelo, a nutrirme de todo lo que me enseñan los estudiantes o formandos, desde primero hasta undécimo. En la tarde, recojo a los niños del colegio, llego más temprano para que me vean de primero, esperándolos; dos tardes a la semana atiendo consulta de psicoanálisis “místico” como le digo de cariño.
En el comedor, hago la oración en las tres comidas, la menor sonríe y aplaude, los dos mayores, de seis y cuatro años, repiten las frases: En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo; Señor bendice estos alimentos y permite que aquellos que no lo tienen puedan tenerlos en el nombre de nuestro señor Jesucristo. Amén
En medio de estos oficios, escribí mi primer libro “Papá, amar y crear”, un texto que habla sobre la paternidad en la cotidianidad, a través de la espiritualidad Carmelita.
Las palabras que usaron para el prólogo del libro, la poeta española María Ángeles Álvarez, el expresidente Miguel Ángel Rodríguez y la exprimera dama Lorena Clare Facio, hablan sobre la importancia de contemplar la vida a través de la espiritualidad que nos ha sido regalada.
“Este libro que tienes en tus manos está lleno de oración, amor y vida en familia. Joseph nos transmite toda la emoción que siente al ser habitante de este planeta repleto del amor de un dios que es ternura” manifiesta María Ángeles, y prosigue diciendo que “son las palabras de un padre de familia enamorado de la vida que se le regala a cada paso en el camino de la fe. Unas palabras llenas de energía espiritual y de generosidad al hacernos partícipes de lo que acontece dentro de su alma, de su familia, en lo más hondo de su corazón.”
Contemplamos la forma como una persona percibe la experiencia del otro, a través de la vida misma, “en la vida oculta y silenciosa se realiza la obra de la redención”, donde estamos y con quien estamos. Este primer escrito, sobre la cotidianidad, busca abrir una puerta para inspirar a todos los lectores a confiar en las vidas que tienen, en medio de verdaderos terremotos y tsunamis interiores, como decía Edith Stein “a través de noches y tempestades” donde la voluntad de Dios nos guía, si nuestro corazón vela lo real, aquello que está a nuestro alcance.
La fuerza está en rastrear lo que somos, en lo que vivimos día a día; sin planes, ilusiones o ideales, solo con vivir desde el interior, encaminados y guiados por el llamado, la vocación; un elemento que Edith Stein va a referir a propósito del ethos de la profesión, manifestando que de “él solo puede hablarse cuando la vida profesional ( o el quehacer diario)[2] presenta de hecho un sello determinado, unitario, esto es, una impronta que no es únicamente solicitada desde el exterior – por la legalidad radicada en el trabajo mismo, - sino que visiblemente procede del interior”[3] El llamado que tenemos guía nuestros actos, algunas veces, sin saberlo, se encuentran en este momento que estás sentado leyendo este texto, al tiempo que alguien cocina a tu alrededor, quizá un perro o un gato merodean la casa, alguien sonríe, mientras esa persona tan cercana padece en silencio, allí está la grandeza de la vida, la voluntad de Dios.
En la misma vía, podemos inspirarnos en las palabras presidenciales de la obra que expresan que “la espiritualidad se desarrolla en la comunidad carmelita que forman Simón, Mamá y Papá” Cada uno vive en común con otros, en algún lugar, desarrollando su vida espiritual, casi siempre sin darse cuenta, solo por la gracia, que opera espontáneamente mientras nos rebanamos la cabeza en mil ocupaciones o pensando en qué parte del camino espiritual estamos, sin saber que ya llegamos, y que cada persona que nos rodea, espera, con paciencia, que lo descubramos, para sentirse amada por el amor de Dios que nos gobierna.
La poeta española María Ángeles[4], describe, con sencillez y elegancia, cómo es en verdad la cotidianidad de un hombre llamado por Nuestra Señora del Monte Carmelo a vivir en un hogar como “una oración bella y sencilla de un alma carmelitana que es consciente de que su espiritualidad es uno de los regalos del Señor, siguiendo a los santos: Teresa, Juan, Teresita, y Edith. Una oración que podemos hacerla nuestra con la lectura, al entrar en la vida profunda de un matrimonio y de una familia cristiana. Un bello testimonio que nos permite entrar con ellos en su casa…”
De tal manera, que vivir el misterio es sencillo; basta que nos hagamos como niños, en el hogar; Teresita de Lisieux lo descubrió y siguió viviendo como una pequeña, en su comunidad, porque se dedicó a vivir como si amar fuera darlo todo. Un llamado que continuó Edith Stein exhortándonos para que tengamos en cuenta a los que nos acompañan: “Los niños de la escuela, los compañeros de trabajo, los compatriotas que viven en necesidad, llaman a nuestro corazón; no necesitan sólo lo que tenemos, sino aquello que somos”[5]
En silencio, donde estás, escuchando, la respiración es imperceptible, pero permite vivir; los objetos que nos acompañan son cómplices del camino, ya hablaremos de la importancia de estar rodeados de pocos elementos materiales, es atarnos la soga al cuello, son testigos de lo que no somos, podrían acusarnos; mejor tener nada. Solo basta mirar a los niños cuando están jugando solos: crean un mundo con lo que tienen a mano, y convierten una media en una serpiente, aunque a veces pasamos por encima de ella, provocando dolor.

A continuación, les comparto dos de los capítulos del libro “Papá, amar y crear”, donde la mística de lo cotidiano acompaña el relato; es la vida misma:
El primer muñeco que buscan los padres para el bebé es fundamental para su vida interior
Santa Teresa de Jesús fue una mujer lectora, arriesgada y desafiante, como todos los místicos, del statu quo espiritual de su época, de una manera sutil y persuasiva. Convirtió su interior en un laboratorio para experimentar con itinerarios de libertad en búsqueda de la unión con su amado.
Tejía las puntadas de ir al encuentro con el amado en el interior. Un aspecto importante era la recreación, el juego; quizá con muñecos que ellas mismas cosían.
Día 253 de Simón en el vientre de Mamá. La familia visitaba las Hermanas Carmelitas Descalzas de Costa Rica. Una reja plantea dos realidades. Afuera, Papá toma una silla y la ofrece a Mamá; ambos se sientan. Simón está presente, escondido. De las rejas hacia dentro había doce mujeres de clausura, orantes, enclaustradas, tratando de descifrar el camino para la unión de amor con su amado. Se levantan con sus hábitos, cantan para Simón; Mamá se pone de pie, como obedeciendo a Jesús de Nazareth, cuando le dice a un paralítico: «Levántate». Ella se para justo frente a la docena de vocaciones.”
Papá sugirió hacer una oración por las personas que en ese instante estaban enfermas o se intentaban suicidar:
Refresca y alegra mi espíritu. Purifica mi corazón. Ilumina mis poderes. Dejo todos mis asuntos en tus manos. Tú eres mi guía y mi refugio. […] Tu nombre es mi curación. […] El recuerdo de ti es mi remedio. La proximidad a ti es mi esperanza y el amor por ti es mi compañero…
Tú eres el que todo lo sana. Sánanos, sánalos. Sánalos.
Silencio contemplativo. El ánimo alegre acompaña la conversación. Mamá dijo que Simón se movió mucho.
En Costa Rica, de mayo a noviembre llueve todas las tardes, y ese día no fue la excepción.
¿Qué sentirá un bebé cuando llueve? A Papá le encanta caminar bajo la lluvia.
Al salir, fueron a un almacén de juguetes. Papá quería regalarle un muñequito de trapo o algodón. Buscó y no lo encontró. Solo había visto un caballito de madera y unos instrumentos musicales para bebé. De repente, vio un elefantico gris con orejas amarillas, suave como el algodón, alimentado con arroz. Sonrió. Lo compró y corrió hacia la clausura donde habitaba Simón.
Sangre del dedo meñique
¡¡¡La página 24 hirió a Simón del Karmel!!!
Papá y Mamá leen cada día en las comidas un apartado del libro El lenguaje de las plantas y las flores en la Biblia:
Según la Biblia, mi presencia contribuye a hacer del país de Canaán una tierra de ensueño; el aceite que produzco honra a dioses y hombres, y consagra a sacerdotes, reyes y profetas. El mismo aceite aplaca el dolor de las heridas, devuelve el vigor a los miembros, lubrica las fricciones, perfuma los cuerpos...
El olivo estuvo presente en la mesa. Pero este no fue el libro que hirió a Simón. Papá tenía el vacío que puede tener el primer hombre que cae en un agujero negro. Las gotas de sangre, las primeras que emanaban de su infante ser, empezaron a hacerse notorias en las páginas de El libro que canta: «Duérmete, mi niño, que tengo que hacer: lavar los pañales, hacer de comer. Matar la gallina y echarla a cocer, llamar a tu taita que venga a comer...»
Papá estaba extasiado leyendo este regalo del tío Serafín. Se decía a sí mismo que Mamá amaría la belleza poética que navegaba por este océano de palabras envueltas en perfumes exquisitos; hasta Simón trataba de coger el libro con sus manos, apretaba las páginas y de repente la lectura paró: Papá notó que había sangre en la alfombra. Pensó que era él mismo, que se había herido, pero no había un objeto que hubiera podido hacerlo. Además, estaba leyendo. Miró a su alrededor buscando algún insecto herido, incluso se atrevió a mirar los muñecos para saber si alguno de ellos se había lacerado en los contactos con Simón. Se rehusaba a pensar que era sangre de Simón, no lo concebía. Pero no había duda, la página 24 de El libro que canta fue el objeto filoso que propinó una certera cuchillada al amado Simón del Karmel. La víctima fue su dedito meñique de la mano derecha. La angelical sangre dejaba el rastro sobre el título «Nanas de ultramar», como presagio de que un llanto interno casi ahogaba el aliento de Papá. Ahora la herida se había vuelto explícita. Las gotas caían en la alfombra, el libro y el tendido de la cama. Papá buscaba algo para sanar. Se dio cuenta de que en la casa no existía algo para este tipo de emergencias infantiles. Miró hacia el cambiador de pañales y vio un pañito húmedo; corrió hacia él, lo sacó y lo llevó ipso facto al dedo del menor. Simón quería seguir leyendo y parecía abrazar al victimario, Papá hacía ingentes esfuerzos por tomar el tierno dedo y limpiar su nuevo aspecto. Lo logró, pero al cabo de unos segundos brotó más el bello y puro líquido rojizo. Papá recordó que en el baño había un medicamento homeopático para el sueño. «Podría servir como limpiador», pensó. Estaba sin estrenar. Acto seguido, cargó en sus rodillas al bebé, que no entendía por qué habían dejado de jugar y menos por qué habían interrumpido la lectura: «Duérmete, niño chiquito, que la noche viene, ya cierra pronto tus ojitos, que el viento te arrullará».
"Papá rememoró el tiempo en el que era niño y destapaba las tapas de las botellas con la boca, y así lo hizo con el medicamento que, en teoría (de Papá), se convertiría en ¡producto antiséptico! Estaba en espray y roció el dedo del niño tantas veces que al mirar la botella estaba casi vacía. Ahora la sangre no era tanta, pero seguía saliendo un hilito. Volvió al cuarto de juego de Simón, vio sobre la mesa un copito de algodón y con eso se ayudó para limpiarlo; ¡por fin había parado la «hemorragia» del meñique! Simón seguía sonriendo porque para su ser lo único que había pasado era que Papá no quería seguir leyéndole. De repente, fue tras la música que salía del iPhone; Papá lo escondió debajo de una manta y hasta allá llegó Simón. Entonces, Papá sacó el chelo para tocarlo mientras miraba de reojo la falange derecha de Simón, y se percató de que estaba bien."
Empezó a tocar y ahora volvían al escenario los famosos Pingüino-Re, León-La, Oso-Sol y Jirafa-Do. Simón abrió sus ojos y no apartaba la mirada de las cuerdas y sus personajes favoritos. Los ojos de Simón seguían el arco, y ahora se aproximó, con su gateo, al instrumento, pero como en la mente de Papá seguía el dedo frágil, rápidamente guardó el chelo y los personajes. Ahora quiso bailar y puso Don´t worry, be happy, de Bobby Mcferrin, y empezó a realizar una coreografía que produjo en Simón una risa cautivadora…
Mamá estaba en una reunión y no sabía de las aventuras de sus amados. Simón, al cabo de unos minutos, y por primera vez, caía dormido en brazos de Papá mientras escuchaba la canción de la página 24: «Duérmete, niño chiquito…».
Joseph Yeladim
[1] Stein, E. Obras Completas IV: La oración de la iglesia. Monte Carmelo, pág. 118, 2005
[2] Las cursivas son mías.
[3] Stein, E. Obras Completas IV: El ethos de las profesiones femeninas. Ed Monte Carmelo. Pág 162.
[4] Pensemos que habla de nuestra cotidianidad, sin juzgarnos, solo dando valor a todo lo que nos acompaña.
[5] Stein, E. Obras Completas IV: Tiempos difíciles y formación. Ed Monte Carmelo. Pág. 394
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